29.11.16

arquitectura y vestido


Adolf Loos decía que estar correctamente vestido no tenía que ver ni con la moda ni con la elegancia en el sentido habitual, sino que suponía “ir vestido de tal manera que se llame la atención al mínimo.” Según Loos, un frac rojo en un salón de baile llama la atención y por tanto no es moderno: lo que llama la atención resulta, para Loos, inapropiado. Ese principio, aclara, no es independiente de las circunstancias: un traje que pasaría inadvertido en Hydepark sería inapropiado en Pekín o en Zanzíbar. Aunque Loos reconocía la importancia de entender las condiciones específicas del vestir —lo que hoy, para un edificio, llamaríamos el contexto— tampoco recomienda vestirse como chino en Pekín o como africano en Zanzíbar. Con un dejo de ese eurocentrismo particular de Loos —que no ponía a su propia cultura de la Viena de fin de siglo al centro, sino al margen de las de Inglaterra o los Estados Unidos, donde, a sus ojos, la auténtica modernidad se estaba dando—, advertía que “para ir bien vestido no debe llamarse la atención en el punto central de la cultura:” traje negro de tres piezas y bombín al pasear a principios del siglo XX por alguna calle de una gran metrópoli tan moderna como el traje que se portaba. Para Loos, los comentarios sobre el buen vestir no reultaban ajenos a sus ideas sobre la arquitectura y el ornamento. Al contrario: formaban parte de una manera de pensar las artes decorativas como una expresión profunda y compleja de la condición cultural de un momento y un lugar específicos. Pero también eran parte de una concepción de la arquitectura que heredaba de la del arquitecto alemán Gottfried Semper. 


Semper nació a las afueras de Hamburgo el 29 de noviembre de 1803. Estudió historia y matemáticas antes de estudiar arquitectura en la Universidad de Munich. Viajó a París y luego su interés por la arqueología lo llevó a Italia y a Grecia. Fue profesor en Dresden y diseñó, además de edificios, escenografías para las óperas de su amigo Richard Wagner. Bruno Queysanne dice que para su principio del revestimiento  —que advierte que una superficie que recubra una estructura debe aceptar y revelar su condición superficial— Loos se basó en las ideas de Semper, “quien en la primera mitad del siglo XIX operó la inversión del paradigma vitruviano de la cabaña primitiva como origen de la arquitectura. Para Semper —sique Queysanne— la arquitectura no comienza con la construcción de una estructura que habrá, en un segundo tiempo, que rellenar, cubriendo los vacíos entre los elementos que componen el sistema de vigas y postes portantes,” sino  que “el primer gesto arquitectural es aquel que consiste en delimitar el espacio alrededor de un hogar desplegando un tendido que lo cierra, protegiéndolo y dándole forma al espacio donde reunirse. El problema técnico de sostener de pie tal tendido es secundario y encuentra distintas soluciones que no son resultado de la atribución de sentido a la forma espacial. Dicho de otro modo, para Semper, y para Loos después de él, el origen de la arquitectura es textil y no constructivo. En principio el vestido, el revestimiento, después el muro.” Para Semper “el arte de vestir la desnudez del cuerpo es probablemente una invención posterior al uso de cubiertas en campamentos y como delimitaciones espaciales.” Explica que si bien hay grupos humanos que no se visten eso no implica que no conozcan el arte textil. Para él es claro que “el inicio de la construcción coincide con el inicio de los textiles.” Esteras, cercas, techos de hojas y palmas e incluso otro tipo de cubiertas más complejas se tejen de modo similar a como se teje una tela. El vestido del cuerpo es por tanto, en la teoría de Semper, una consecuencia de la lógica arquitectónica que envuelve al espacio o, dicho de otro modo, un traje no es sino el recubrimiento de un espacio que se separa apenas unos milímetros de nuestra piel y cuyo soporte estructural es nuestro propio cuerpo. Se podría intentar, pues, siguiendo a Semper, una historia del espacio arquitectónico que partiera de los primeros textiles con los que se define un espacio que nos resulte tanto confortable como significativo, hasta la escafandra del buzo o el traje del cosmonauta, viviendas mínimas llevadas al límite.

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