5.12.16

el hombre de brasilia


Un hombre vestido de esmoquin, pantalón negro y saco blanco, corre entre entre edificios blancos como su saco. Se oye el eco de sus pasos. La ciudad parece vacía, abandonada. Los pocos árboles que se ven están secos, sin hojas. El suelo es pura tierra, roja, seca. Se oye el ruido de un motor y se ve un automóvil acercándose rápidamente. El hombre del esmoquin voltea a un lado y descubre otro auto, luego uno más y al final un cuarto. De cada punto cardinal un auto se acerca rápidamente dejando una nube de polvo rojo detrás. El hombre corre, trata de escapar. Cae. Rueda por el suelo. Su saco blanco se ensucia con la tierra roja. Los choferes bajan de sus autos y lo persiguen corriendo. El entra a un edificio en construcción y sube. Ahora sabemos que toda la ciudad está en construcción y no abandonada, pero el efecto sorprende igual. El hombre del esmoquin sube por las escaleras y, mientras lo hace, avienta lo que encuentra a su paso para estorbar a quienes los persiguen. Uno de ellos cae desde lo alto. Los otros regresan a sus autos. El hombre del esmoquin baja del edificio y sube a un auto, persigue ahora a los que antes lo persiguieron, que llegan en su auto a un barrio de casuchas construidas sobre la misma tierra roja y seca. Sacan del auto a una joven, que es a quien busca rescatar el hombre del esmoquin.

La película es El hombre de Río, dirigida en 1964 por el francés Philippe de Broca y protagonizada por Jean Paul Belmondo, el hombre del esmoquin. Al día siguiente del estreno de la película en Nueva York, el 8 de junio de 1964, Bosley Crowther escribió en el New York Times que se trataba de una comedia-thriller o de “un travesti burlón de todas las películas de misterio y aventura arqueológicas y de todas las películas de persecución jamás hechas.” Crowther también dice que de Broca “usa las locaciones reales de manera tan vívida y artística que generan cierta excitación” y elogia su “fina mirada para la forma arquitectónica” que en algunas escenas “se eleva al nivel del surrealismo,” aunque —dice más adelante— en la película no hay ningún simbolismo, “sólo movimiento y diversión por la diversión misma.”

La ciudad en la que corre Belmondo vestido de esmoquin es, por supuesto, Brasilia, que aunque se inauguró el 21 de abril de 1960, parece no estar del todo terminada al momento en que se filmó la película. Los edificios de Niemeyer, que de por sí tienen un carácter ciertamente surrealista, se ven así, blancos y vacíos contra un suelo rojo e igualmente vacío, como híbridos de algún cuadro de de Chirico y un escenario de película de ciencia ficción. En el número de marzo de 1962 de The Geographical Journal, Sir William Holford, arquitecto y planificador británico que fue, entre otras cosas, consejero para el plan de desarrollo urbano de Canberra, Australia, y parte del comité que seleccionó el plan de Lucio Costa para Brasilia a finales de los años cincuenta, escribió de esa ciudad que pocas se habían construido “siguiendo tan fielmente un plan simbólico, unificado e inspirado,” que “nació totalmente armada del cerebro de un solo hombre: Lucio Costa,” y era por tanto “la más rápida y sorprendente traducción de una gran ciudad de la mesa de dibujo a la realidad que jamás hubiese ocurrido.” Cuando el plano cobró cuerpo en una serie de edificios, el resultado fue, según Holford, también sorprendente al deberse, de nuevo, al trabajo de una sola mente, la de Niemeyer. Eso sí, escribió Holford desde 1962:
Cuando todo es nuevo, el fondo social, histórico y atmosférico, que dota de encanto a las ciudades establecidas hace mucho, está ausente de manera notoria. No podía ser de otro modo. Las zonas habitacionales no se desarrollaron con la suficiente lentitud como para verse enraizadas en el suelo. No ha habido tiempo de moldear los contornos, las zonas de juego, de ver crecer los árboles. La mayoría de las construcciones parecen listas para el vuelo.
Holford subraya los problemas sociales y también apunta que “algún día la ciudad será verde, hoy es roja con el polvo de los campos en obra y las carreteras en construcción.” Una ciudad que, según dijo el mismo Lucio Costa, no sería “el resultado de la planeación regional sino su causa: su fundación llevará, más tarde, a la planeación y desarrollo de toda la región.” Por eso, tal vez, es tan fuerte esa imagen casi surrealista de Belmondo corriendo, vestido con su elegante esmoquin, entre los edificios vacíos y el polvo rojo de una ciudad que apenas empieza.


Oscar Niemeyer murió el 5 de diciembre del 2012, a diez días de cumplir 105 años.

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