9.12.16

fenomenología y ciudad


El mundo no es lo que yo pienso, decía Maurice Merleau-Ponty, sino lo que yo vivo. Para Merleau-Ponty el cuerpo o, más bien, nuestros cuerpos o, simplemente: nosotros, no estamos en el espacio —ni tampoco en el tiempo. No lo ocupamos como un salero está sobre una mesa. “En tanto que tengo un cuerpo” —y, de nuevo, habría que aclarar, que no tenemos cuerpo sino, al contrario, el cuerpo nos tiene y repetir lo dicho por Wilhelm Reich: no tienes cuerpo: eres cuerpo—, en tanto que tengo un cuerpo, pues, “y que actúo a través del mismo en el mundo, el espacio y el tiempo no son para mí una suma de puntos yuxtapuestos, como tampoco una infinidad de relaciones de los que mi consciencia operaría la síntesis y en la que ella implicaría mi cuerpo; yo no estoy en el espacio y en el tiempo, no pienso en el espacio y en el tiempo, soy del espacio y del tiempo.”  Siguiendo a Merleau-Ponty podríamos decir que no entramos en un edificio, nos incorporamos al mismo. Subimos tres escalones, abrimos la puerta, entramos. Sabemos que estamos dentro, por supuesto. Pero recordemos a Spinoza: no sabemos lo que puede un cuerpo. La sensación de subir los tres escalones, de poner la mano sobre la perilla y girarla para mover el picaporte, el cambio de temperatura y de intensidad de la luz al entrar. Todo eso también es parte de nuestro saber que estamos dentro. “El cuerpo es la esencia misma de nuestro ser y de nuestra percepción espacial.” Eso no lo dijo directamente Merleau-Ponty sino, siguiéndolo, el arquitecto Steven Holl.

Holl nació el 9 de diciembre de 1947 en Bremerton, Washington. Tras graduarse en la universidad local viajo a Roma, y continuó después sus estudios en la Architectural Association de Londres. En un principio se interesó por cuestiones tipológicas en la arquitectura. En 1984 escribió en la revista Perspecta:

La arquitectura de una cultura particular depende de la dialéctica entre fuerzas históricas y contemporáneas —entre la arquitectura como una afirmación de la cultura existente y la arquitectura como invención. Entre una arquitectura de modelos históricos recurrentes y una arquitectura como resultado espontáneo de la poesis, yace una arquitectura que no es ni antimoderna ni antihistórica.

Del interés por la tipología, que lo llevaría a plantear una arquitectura alfabética, en la que bloques de edificios eran tomados como versiones abstractas de letras —edificios H o I, con patios abiertos a las colindancias o al frente, edificios O, con patios centrales, por ejemplo—, Holl pasó a interesarse por la fenomenología. “En 1984, dice Holl, en un largo viaje en tren a lo largo de Canadá, un estudiante de filosofía me introdujo a Merleau-Ponty.” Su pensamiento, dice, fue de la tipología a la topología: “el problema con una teoría de la arquitectura que se bas aen ls otipos en la la fractura imposible de franquear entre análisis y síntesis. Con las capacidades reflectivas de la fenomenología, se puede tener un entendimiento intrínseco del espacio:” el que nos da nuestro propio cuerpo. En 1988 Holl publicó un texto titulado Dentro de la ciudad: fenómenos de relaciones, en el que intentó llevar la fenomenología al nivel del diseño urbano:

Las grandes ciudades modernas tienen la característica de estar compuestas de edificios aislados envueltos por espacio residual. Para reordenar y crear espacio urbano, debemos ir más allá de  maximizar la relación de área construida por nivel o de construir en las líneas perdidas de la traza urbana. La organización planimétrica es insuficiente en una ciudad de edificios altos. La percepción espacial en una condición urbana requiere un acercamiento tridimensional, en sección, que de importancia a las vistas de los residentes que deambulan atravesando planos del suelo que se desplazan, experimentando la ciudad desde múltiples marcos de referencia.

Para Holl, esa manera de entender la ciudad, a partir de la percepción de un complejo de relaciones en las que los edificios aislados, como generalmente los idealiza el arquitecto y los medios especializados en la arquitectura, podría permitir “nuevas composiciones espaciales” aun cuando “la hegemonía político-económica de la especulación de la tierra impida la búsqueda de una visión más amplia.” Los suburbios —“ni suficientemente densos para ser urbanos, ni suficientemente abiertos para conservar la condición rural”— reducen o aplastan a la ciudad y al paisaje en una “delgada homogeneidad.” La lectura y propuesta urbana fenomenológica de Holl abandona la visión morfológica de la tipología y, también del funcionalismo que a nivel urbano se traduce en zonificaciones y planificación, ambas, como el segundo término implica, planas. “El problema para proponer espacio urbano para un sector metropolitano cuyos elementos de programa, partes arquitectónicas y aspectos sociales son aun desconocidos (y pueden estar siempre en cierto estado fluido), nos lleva a proponer, dice Holl, empezar a partir de la experiencia perspectiva del espacio limitado,” imaginándolo desde el punto de vista de quien lo percibe y tomando en cuenta los ejes de movimiento horizontal, vertical y oblicuo, que alteran el campo de visión y se superponen con otros. Por supuesto que ante esto habría que tener en cuenta, también, la imposibilidad de imaginar todos los puntos de vista posibles y eso sin tomar en cuenta, aun, todo el resto de sensaciones que se suman en la percepción de un lugar.

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