18.1.17

enmarcar


“El arte no empieza con la carne, sino con la casa; por este motivo la arquitectura es la primera de las artes,” escribieron Gilles Deleuze y Félix Guattari en el último libro que escribieron juntos, ¿Qué es la filosofía? —una pregunta, dicen, que tal vez sólo se pueda plantear hasta tarde, cuando se llega a la vejez y ya no queda nada por preguntar. Antes, agregan, la planteaban indirectamente: tenían demasiadas ganas de ponerse a filosofar y “salvo como ejercicio de estilo,” no se preguntaban qué era eso que llevaban haciendo toda su vida, la filosofía. Guattari, cuya primera formación fue como psicoanalista, murió al año siguiente de que se publicara el libro, el 29 de agosto de 1992 —había nacido el 30 de abril de 1930. Deleuze se suicidó tres años después, el 4 de noviembre de 1995, a los 70 años —nació el 18 de enero de 1925.

En ¿Qué es la filosofía? distinguen entre lo que hace la filosofía —inventar conceptos—, la ciencia —plantear funciones que “se presentan como proposiciones dentro de unos sistemas discursivos”— y el arte —que conserva “un bloque de sensaciones, es decir, un compuesto de perceptos y de afectos.” Un percepto no es una percepción, que depende del sujeto que percibe, sino que se ha liberado de éste —sea el sujeto autor o espectador de la obra. Lo mismo que un afecto es la sensación liberada del sujeto al que afecta. “La obra de arte, dicen, es un ser de sensación.” Se trata, pues, literalmente de una estética donde la sensación no depende de lo sentido: “la única ley de la creación consiste en que el compuesto se sostenga por sí mismo.”

Deleuze y Guattari retoman algunas ideas de sus libros anteriores, en especial de Mil mesetas. Hablan de que el arte empieza con el animal “o por lo menos con el animal que delimita un territorio y hace una casa (ambos relativos o incluso confundidos a veces con lo que se llama un hábitat).” Y junto al territorio vuelven a hablar del estribillo: como el canto de un ave que se repite y define su territorio —el territorio, dicen en Mil mesetas, “es en principio la distancia crítica entre dos seres de la misma especie: marcar sus distancias.” Y por eso, con el territorio y con la casa y el refrán o estribillo que los define aparece la arquitectura, la primera de las artes. Lo que hace la arquitectura es enmarcar —explican citando a Bernard Cache, alumno de Deleuze. En su libro Tierra Mueble —que se publicó primero traducido al inglés en 1995, con el título Earth moves: the furnishing of territories, escrito originalmente en 1983 y que Deleuze había citado también en su libro El pliegue, Leibniz y el barroco como el amueblamiento del territorio—, Cache definió la arquitectura como el arte de introducir intervalos en un territorio con el fin de construir marcos de probabilidad. Si el territorio es la distancia que se abre entre dos seres distintos al marcar sus distancias, la arquitectura es ese intervalo demarcado con algún objetivo: que ahí sea más probable que algo tenga lugar que en otra parte. Demarcar un suelo plano abre la posibilidad al juego o a la danza, mientras un plano inclinado prepara el auditorio y separa al espectador del actor.


“Al hacer de la arquitectura el primer arte del marco —escriben Deleuze y Guattari—, Bernard Cache puede enumerar ciertos formas cuadrantes que no prejuzgan ningún contenido concreto ni función del edificio: la pared que separa, la ventana que selecciona (en contacto con el territorio), el suelo-piso que conjunta y enrarece («enrarecer el relieve de la tierra para dejar campo libre a las trayectorias humanas»), el techo que envuelve la singularidad del lugar.” Si en aquella cita de José Ortega y Gasset que usó Collin Rowe en Ciudad collage, aquél explica que la ciudad empieza cuando se abre un vacío en el campo —se abre, digamos, un vacío en lo ya abierto que es el campo—, la arquitectura, para Deleuze y Guattari a partir de Cache, empieza con la marca que hace al territorio y el marco que lo consolida, aunque ellos agregan un plano de desmarcaje, que disuelve la identidad e impide que el territorio-casa se cierre sobre sí mismo abriéndolo a la ciudad-cosmos. El arte empieza por la casa, pero jamás se queda sólo ahí.

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