15.3.10

deformers y transformers


a finales de los años 80, omar calabrese publicó un libro –que umberto eco prologaba– titulado la era neobarroca. neobarroco era el término que usaba calabrese para describir y explicar lo que, en ese momento, se llamaba, aun con ciertas dudas, posmodernidad (y sus derivados tardo, super o neo).

en qué consiste el neobarroco –escribe calabrese– se dice rápidamente. consiste en la búsqueda de formas –y en su valoración– en la que asistimos a la pérdida de la integridad, de la globalidad, de la sistematización ordenada a cambio de la inestabilidad, de la polidimensionalidad, de la mutabilidad.

el quinto capítulo del libro se llama inestabilidad y metamorfosis, y el primer apartado del mismo monstruos. “en los últimos años hemos asistido y seguimos asistiendo –dice calabrese– a la creación de universos fantásticos pululantes de monstruos.” de la antigüedad a nuestros días –explica– los monstruos han sido figuras del exceso: demasiado grandes, demasiado chicos, demasiado feos. pero hoy, sobre todo, demasiado cambiantes –demasiado poco estables, digamos.

los nuevos monstruos, lejos de adaptarse a cualquier homologación de las categorías de valor, las suspenden, las anulan, las neutralizan. se presenten también como formas que no se bloquean en ningún punto exacto del esquema, no se estabilizan. por tanto, son formas que no tienen propiamente una forma, sino que están, más bien, en busca de ella.

me parece que un buen ejemplo de la diferencia entre los viejos y los nuevos monstruos puede verse en las dos versiones de la película la mosca. la primera, de 1958, dirigida por kurt neumann y la segunda, de 1986, de david cronenberg. en ambas la historia básica es la misma: un científico inventa una máquina teletransportadora y, accidentalmente, una mosca realiza el primer viaje de prueba junto con él. el resultado es una mezcla monstruosa. pero en la versión del 58, esa mezcla es estable (como lo son, por ejemplo, un minotauro y un centauro): un hombre con inexplicables cabeza y brazo gigantes de mosca y, necesaria contraparte, una mosca con igualmente inexplicables cabeza y brazo diminutos de humano –necesaria sobre todo para el gran final en el que la mosca con cabeza humana, atrapada en una telaraña, grita con una vocecita casi imperceptible: help, help me!


en cambio, en la versión de cronenberg la mezcla es genética o, digamos, morfológica y no formal. una computadora encargada de analizar la composición de la materia a transportar de un lugar a otro, al encontrarse con dos códigos genéticos distintos –el del humano y el de la mosca– los mezcla. el científico tendrá en principio una forma exterior humana, pero el instructivo genético o su lógica formal interna irán dictando cambios progresivos. la mosca de cronenberg es el mejor ejemplo del monstruo contemporáneo según lo explica calabrese en tanto su forma jamás se estabiliza, jamás se fija, sino que sólo puede entenderse como una serie de transformaciones potencialmente infinitas –de hecho, cuando el científico le propone a su (ex)novia combinarse con él, no es con la intención de detener la serie de transformaciones sino de dirigirla, de, digamos, modularla.

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