5.4.10

la dictadura del relativista


en su blog (y en el reforma) jesús silva herzog márquez comenta acerca de la posición y la reacción de ratzinger ante el creciente escándalo de los abusos sexuales. tras admitir su calidad intelectual, pero advertir que "las reflexiones del teólogo no son meros argumentos en el tejido de una conversación, no son opiniones de un religioso sino actos de poder," silva herzog márquez dice que ratzinger:

se ha empeñado en cerrar las puertas de la iglesia a cualquier perversión moderna. Cuidar que el pensamiento de la Iglesia no se desvíe, vigilar que su enseñanza no se contamine por la moda de estos siglos recientes. Pero esta obsesión por las ideas, esta manía teológica contrasta con la permisividad frente a los crímenes cometidos por sacerdotes católicos. Se trata de una tolerancia cómplice, un caso claro de encubrimiento. En su iglesia no habrá lugar para algún párroco que piense distinto; pero sí para quien ha violado niños.

Los crímenes sexuales al interior de la Iglesia son vistos como pecados; no como delitos. Como escándalos que agreden la reputación de la Iglesia, no como crímenes que merecen castigo ejemplar. Para él, el escándalo ha sido el intento de desprestigiar a la Iglesia; no la larga lista de víctimas. Las acusaciones que han llegado hasta la cima de la Iglesia son para el papa “murmuraciones de la opinión dominante.”

La heterodoxia será imperdonable para él; pero la violación de niños debe recibir comprensión, si es que hay arrepentimiento del pecador. Como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Joseph Ratzinger tuvo a su cargo investigar numerosas violaciones (no deben llamarse simplemente abusos sexuales) cometidas por sacerdotes católicos. Conoció de numerosos crímenes sexuales en Alemania y en Estados Unidos… y no hizo nada. El New York Times ha publicado trabajos periodísticos notables que detallan la responsabilidad directa del papa en la inacción y el encubrimiento. Como obispo de Munich, supo del caso del padre Hullerman quien obligó a un niño de 11 años a practicarle sexo oral. Ratzinger no dio aviso a la policía y estuvo de acuerdo con el traslado del sacerdote para recibir ayuda psicológica, manteniendo su trabajo eclesiástico y su contacto con niños—a los que, en poco tiempo, volvió a agredir sexualmente. También supo del caso del cura Murphy de Wisconsin, acusado de violar cerca de 200 niños sordos. No hizo nada. Le preocupaba, ante todo mantener el secreto. Más que la suerte de las víctimas, le ha importado proteger la reputación de la Iglesia. De su pluma salió, sí una amenaza: excomulgados quedarán quienes divulguen los hechos; no quienes hayan cometido los crímenes. No sé, preguntaba Andrew Sullivan hace unos días, si haya algo más repugnante moralmente, que colocar la imagen una institución por encima de la protección de niños que han sido sexualmente atacados. Pero esa ha sido la decisión del papa.

Cazar disidentes, encubrir pederastas. Ahí está es la verdadera dictadura del relativismo: castigo implacable a quien se aparta de la doctrina; perdón y terapia a los curas que, por comprensible debilidad carnal, se meten en los pantalones de los niños.


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