Se parece más a los conjuntos de viviendas para obreros que diseñó en México Juan Legarreta en los años 30. Juan Legarreta fue un arquitecto de vida corta e intensa. Nació en 1902 y murió en el 34. Un año antes, en el 33, el Colegio de Arquitectos de México organizó unas célebres pláticas en las que arquitectos maduros y otros jóvenes, recién egresados de la escuela, discutían cómo debía ser la nueva arquitectura mexicana: ¿debía retomar elementos del pasado prehispánico o de la era colonial o, como los jóvenes sostenían, debía seguir los preceptos de eso entonces tan moderno que se llamaba funcionalismo? Legarreta, dicen, dio un discurso notable. Pero cuando se lo pidieron por escrito para editar las memorias del encuentro, desafiante, Legarreta entregó una nota manuscrita en la que podía leerse: “Un pueblo que vive en jacales y cuartos redondos no puede hablar arquitectura. Haremos la casa del pueblo. Estetas y retóricos –ojalá mueran todos– harán después sus discusiones.”
Otro joven invitado al debate, compañero en la escuela de Legarreta fue otro Juan: Juan O’Gorman.
Otro maestro de O’Gorman fue Carlos Obregón Santacilia. En 1922 ganó el concurso para el Pabellón de México en la Exposición Internacional de Río de Janeiro: un edificio que fue un terrible pastiche de la arquitectura mexicana de los siglos XVI y XVII. En el 29 –mismo año de la casa de O’Gorman, uno después que la estación de bomberos de Zárraga– realiza la Secretaría de Salud, ahora Art-Decó aunque menos austero que lo de Zárraga. Una década después –con, por ejemplo, el Edificio Guardiola– su arquitectura prosigue depurándose –asumiendo el puritanismo de dicho calificativo– hasta llegar, ya en los años 50, a su última gran obra: la sede del Instituto Mexicano del Seguro Social, que tuvo la primera fachada con doble acristalamiento en el país.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario