El título de este texto tiene tres frases como antecedentes. Primera, es una paráfrasis –pretensiosa, seguramente– de aquél famoso título de Le Corbusier: Arquitectura o revolución. Segunda, la declaración del gobernador de Tabasco de que se requería una reingeniería total del territorio en ese estado. Tercera, una del filosofo Slavoj Zizek: la caridad es una forma de despolitizar el problema. De las tres resulta la que aquí sirve de título: ingeniería o caridad.
Casi como los crímenes relacionados con el narcotráfico, las inundaciones, deslaves y demás calamidades causadas por contingencias climáticas han pasado a ser titulares habituales de los periódicos nacionales y, por lo mismo, más una crónica de un estado normal que el reporte de un evento o un accidente. Sabemos ya que, en parte debido al famoso cambio climático, las lluvias y los huracanes tenderán a ser más fuertes y constantes. Y sabemos también que buena parte de la ocupación –regular o no– del país parece no estar preparada para los riesgos que estas nuevas condiciones implican. A diferencia, digamos, del territorio europeo que, tras al menos dos mil años de transformaciones constantes, podemos pensar como totalmente artificial, el nuestro ha sido domesticado sólo parcialmente y, en las últimas décadas, de manera deficiente. Además, para empeorar las cosas, en estas latitudes temblores y ciclones generan mayor peligro que en aquellas. Sin duda hace falta, como lo requirió el gobernador citado, una reingeniería total del territorio, no sólo de su estado, sino nacional –que en muchos casos es, simple y llanamente, una ingeniería, primera, original. Sin ese trabajo sobre el territorio seguiremos año con año padeciendo primero inundaciones y deslaves y luego, a unos meses, sequías –sin contar con las carencias en términos de comunicación, transporte e infraestructura. Y, por lo mismo, cada vez que haya una inundación en Tabasco, Monterrey o Veracruz, oiremos peticiones desesperadas de ayuda por parte de los afectados y de los gobiernos locales, así como los inevitables llamados a la solidaridad de los medios de comunicación –que últimamente reclaman lo poco que se ha ayudado a Tlacotalpan en relación a lo mucho que se ayudó a Haití.
Y aquí es donde entran Zizek y Le Corbusier. Algunos pensarán que no es lo mismo solidaridad que caridad, pero el diccionario –referencia siempre chocante para aclarar ideas– define la segunda como la “acción solidaria con el necesitado” –y a la solidaridad como la adhesión circunstancial a la causa o empresa de otros –y la temporalidad que implica lo circunstancial ya dice mucho. Zizek argumenta que la caridad lo que realmente hace es despolitizar el problema. Dirigir nuestra atención no a las causas del problema –en este caso, la deficiente o nula ingeniería del territorio– sino a la solución temporal de sus efectos. Por un lado la caridad: mantas, agua embotellada y leche en polvo o un cheque por diez mil pesos para reponer lo perdido con baratijas que no se echen de menos al año siguiente que la próxima inundación barra con todo de nuevo. Por otro lado una ingeniería que asume que la equidad tiene una dimensión territorial –y, por tanto, política.
Le Corbusier terminaba su famoso texto diciendo que ante cierto deseo social todo dependía del esfuerzo que se hiciera y la atención que se les prestara a ciertos síntomas alarmantes: arquitectura o revolución –y la revolución, pensaba el maestro suizo-francés, se podía evitar. Hoy, ante síntomas evidentes, la disyuntiva es ingeniería o caridad. La caridad se puede y debe evitar.
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