Por supuesto, en la era de la arquitectura criada y construida mediante programas cibernéticos, Soriano no está solo en las referencias a Mandelbrot. Pero quizás sea ahora más interesante o, de menos, más oportuno, citar los propios puntos de vista de Mandelbrot sobre la arquitectura, en vez de aquellos de algunos arquitectos sobre la geometría fractal.
En el 2008, Paola Antonelli, directora del departamento de arquitectura y diseño del Museo de Arte Moderno de Nueva York, entrevistó al famoso matemático y le preguntó si algún arquitecto se le había acercado queriendo aprender directamente de él sus teorías.
“Bueno, dijo Mandelbrot, creo que fue exactamente al revés, fui yo quien me acerqué a ellos.” Mandelbrot continúa: “Escogí a Mies van der Rohe y al Seagram’s por mi enojo contra Mies por no entender algo que me importa mucho. En contraste, por ejemplo, con Charles Garnier, quien diseñó las óperas de París y Monte Carlo. Garnier no era alguien muy popular pero representaba –al menos para alguien con educación francesa– el tipo de principios de lo que la arquitectura debe hacer.” ¿Es decir? –le interroga Antonelli. “Significa, por ejemplo –responde–, que al caminar hacia la Ópera de Garnier en París, desde lejos, lo más asombroso es el techo. Cuando uno se acerca, aparecen otras cosas pero siempre aproximadamente del mismo grado de complejidad. Con Mies, en cambio, visto a distancia es una gran caja. Cuando te acercas ves una trama de ventanas y al acercarte más lo que ves son las cosas de quien vive ahí adentro. El edificio mismo tiene el menor número de escalas imaginable. Es muy simple describirlo. Y el arquitecto estaba orgulloso de eso.”
Antonelli –consciente de la herejía arquitectónica de Mandelbrot, incluso tras el less is a bore de Venturi y las subsecuentes críticas posmodernas– entra en defensa del maestro de Aquisgrán. “¡Por supuesto que estaba orgulloso! Simplemente no buscaba el mismo efecto del que usted habla, que es la arquitectura orgánica. Eso es lo que usted aprecia. Pero, de algún modo, se necesita una abstracción total y la simplificación de los detalles para ser capaces de apreciar el organicismo. La arquitectura moderna tuvo una razón de ser.”
La arquitectura moderna tuvo dos razones de ser –replica Mandelbrot sin ceder. “La primera el deseo, de parte de los arquitectos, de ser diferente. La otra, el deseo, de parte de los constructores, de que fuera barata.” Tajante, Mandelbrot insiste: los modernos eran conscientes de que esa arquitectura no era algo bello.
Mi admiración por Mies me haría escribir aquí que la apreciación de Mandelbrot –más una estética o una teoría de la percepción fractal que sólo una geometría– parte de lo que podría llamar, si estuviera escribiendo en inglés, miesinterpretations and miesundertandings: del detalle de cómo una viga I o H forma parte de una fachada, ángulos y soleras incluidas, a la fachada entera y al edificio como volumen y espacio, hay en Mies, probablemente, una concepción fractal del detalle y la escala. Pero esta es una nota sobre el recién fallecido Mandelbrot, no una defensa de Mies. Además, en descargo del matemático, sabemos que no se dejaba engañar por una arquitectura que simula complejidad donde no la hay. Cuando en otra entrevista, al llegar al tema de la arquitectura, Hans Ulbrich Obrist le pregunta si la arquitectura de Frank Gehry es de naturaleza fractal, Mandelbrot responde que no, y agrega que lo encuentra repetitivo. Pues más que con cierta representación de la complejidad como espectáculo, la geometría de lo fractal tiene que ver con una lógica de lo fluido, de lo variable y de la producción –para abusar del título deleuziano– de diferencias a partir de la repetición, aun bajo la apariencia de cierta estabilidad. Y tiene que ver –como ya mencionaba Omar Calabrese a finales de los años 80 en su libro La era neobarroca– no sólo con objetos físicos, naturales o artificiales, sino con “valoraciones de la época y el gusto” –como lo demuestra el juicio de Mandelbrot sobre Mies y Garnier. Tiene que ver sobre todo, citando de nuevo a Calabrese, con una dimensión fractal de la cultura entera.
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