3.10.10

ventanas a lo moderno (6)




[continuación] Nó solo Barragán y O’Gorman parecen decidirse finalmente por una arquitectura moderna local sobre una versión genérica de la misma. Es un movimiento inconsciente generalizado que, de algún modo, reinterpreta y funde en una sola las líneas que desde el debate del 33 ya mencionado estaban presentes: la neo-prehispánica, la neo-colonial y la funcional. A la expresividad superficial del color y los murales que puede rastrearse tanto en la arquitectura mesoamericana como en la virreinal, se suma una expresividad volumétrica, geométrica y prácticamente territorial que ya se revelaba en Ciudad Universitaria tanto en la organización de los distintos edificios como en casos específicos: el estadio universitario de Augusto Pérez Palacios –con murales de Diego Rivera– o los frontones de Alberto Arai –singular arquitecto mexicano nacido en 1915 hijo del embajador de Japón. La persistencia de la pirámide puede verse en obras como las de Manuel González Rul o, llevada al extremo, en la de Agustín Hernández. Juntos hicieron el edificio para el Heroico Colegio Militar, donde la obsesión simbólica recorre al conjunto entero, en plantas, alzados y volúmenes, resultando en una arquitectura digna de cualquier emperador azteca. Pero también los moderados cedieron a la tentación de aclimatar a la modernidad. Augusto Álvarez –el Mies mexicano, para ser esquemáticos– pasa sin aparente esfuerzo del tinglado decorado, la caja que requiere de un texto para revelar su identidad, a la casa de pueblo –su propia casa de fin de semana en las cercanías de la ciudad de México. Juan Sordo Madaleno, socio de Álvarez en muchos proyectos, pasa de igual modo de la claridad y simplicidad constructiva al expresionismo estructural.

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