ignoro cuál sea la historia de esta idea o, mejor, del concepto de concepto en arquitectura. en qué momento y por qué razones se empezó a nombrar así –concepto– un momento específico, una fase del proceso o del proyecto arquitectónico. más bien, un momento que, de algún modo, antecede al proceso mismo del proyectar. el concepto es el resultado de la concepción –parece evidente–, pero de una concepción casi inmaculada, automática o instantánea. el concepto se concibe en arquitectura como una intuición, como una epifanía que deberá ser luego desarrollada en el proceso proyectual. proyectar es, en el fondo, llevar o, más bien, lanzar ese concepto inicial hacia adelante, y el éxito o fracaso del proyectar se mide en relación a la consistencia que mantenga el concepto en dicho trayecto. si pienso y luego existo, entonces concibo y luego proyecto.
es una condición al parecer esencial de la arquitectura. en la segunda mitad del siglo 18, étienne-louis boullée caracterizaba la definición vitruviana de la arquitectura como el arte de construir cual “un grosero error.” vitruvio –decía boullée– toma el efecto por la causa: “hay que concebir para actuar. nuestros primeros padres construyeron sus cabañas tras haber concebido su imagen. es esta producción de la mente, esta creación, lo que constutituye la arquitectura.” marx retomará esa misma distinción en la segunda mitad del 19 cuando diga, para comprobar que al final de cualquier proceso de trabajo obtenemos como resultado algo que ya existía en nuestra imaginación, que el peor arquitecto supera a la abeja más prolija en la construcción de panales al construir primero su estructura en la imaginación antes de erigirla en la realidad: el arquitecto, pues, proyecta lo que concibe, proyecta conceptos.
mucho se puede decir –y se ha dicho– sobre esta concepción que antepone la imagen mental de lo que hacemos no como una intención o una anticipación que será determinada y más aun: revelada en el proceso mismo de su producción, sino como algo definido y terminado en el acto mismo de ser concebido y cuya fabricación sólo puede, si todo sale bien, conformarse al concepto o, en el peor de los casos, traicionarlo. conformarse al concepto: la materia, pasiva y paciente, debe conformarse con la forma que se concibe para ella. por eso, porque se piensa que la materia es bruta e informe, no se entiende, no se concibe que se pueda actuar sin concepto previo.
¿cuál es tu concepto? –pregunta el profesor subrayando involuntariamente el singular: concepto. pareciera que el singular le confiere singularidad a la idea: un concepto, uno sólo y ninguno más, está en el origen del proyecto –éste entendido tanto como producción a la vez que como producto. el concepto es el principio de la producción –o, digámoslo así: el arche de la techné. pero hay ahí una confusión o, más bien, un prejuicio que supone en la unidad del origen, en la singularidad del concepto, mayor potencial que en su multiplicidad. se ignora así que el concepto nunca está al principio sino al final –o, de menos, en medio. el concepto es, también, una fabricación, un producto, un resultado. el concepto nunca es uno: unifica, pero suelto, absuelto, es cualquier cosa menos productivo –lo uno, si acaso produce algo es siempre lo mismo: repetición sin diferencia.
ya lo dijo el dúo dinámico de la filosofía postestructural: no hay concepto simple, todo concepto tiene componentes y se define por ellos, todo concepto es una multiplicidad. dicen también que todo concepto remite a un problema, y más, a unos problemas –en plural– sin los cuales carecería de sentido. no es que el concepto sea la solución del problema –el camino no es tan corto–, sino que, simplemente, concepto no es el principio. por eso dicen también que todo concepto tiene una historia, por lo que pretender empezar por el concepto no tiene sentido –o tiene el doble sentido de empezar por en medio, que no está mal pero que implica la necesidad de ir por lo menos en dos direcciones al mismo tiempo: hacia atrás, entendiendo la historia del concepto, y hacia adelante, proyectándolo al futuro.
algo más, que los conceptos remitan a problemas quiere decir que remiten a proyectos y no al revés –q.e.d.–: un proyecto, atendiendo simplemente a su etimología pro-iectus, es aquello que es lanzado hacia adelante; un problema –del griego proballein: pro, adelante y ballein, lanzar (de donde balón y bala)– es, también, el hecho de lanzar hacia adelante. el problema es el proyecto y el proyecto es la construcción de algo en tanto problema. los conceptos resultan, digamos, de la proyección de problemas en multiplicidades consistentes –es decir, que tienen consistencia, en la que sus componentes se sostienen mutuamente, se tienen, como se dice de una mayonesa. habría que concluir por ahora, que esto no es finalmente una diatriba contra los conceptos, sino contra la simplificación absurda que los reduce a una unidad original y originaria y, en ese mismo gesto, los anula.
4 comentarios:
Dificil partir para una crítica desde la aceptación de no conocer el origen de algo, mucho más grave fundamentar la crítica en los empleos equivocados o tergiversados del concepto. Hay más detrás de una simple mala interpretación y creo que una vez que el punto de partida es equivocado, es dificil poder leer en el resto algo de razón.
Ver Creixel, José Luis. El Ciclo de Proyectos: cinco temas teóricos y una conclusión en torno a un mismo problema. "Arquitectura y crítica" Rev. de arq y urbanismo de la UIA, No 1 Año 1. (1997)
no me resulta muy claro el comentario pero veamos.
primero, no escribí desconocer el "origen" sino la historia del concepto de concepto en la arquitectura, su producción y enseñanza. origen e historia no son lo mismo.
segundo, no veo la gravedad de fundamentar una crítica en el empleo equívoco o tergiversado de un concepto –más cuando es el concepto de concepto. al contario: supongo ésa es una de las razones de la crítica: intentar clarificar algo en principio confuso.
tercero: puede ser que haya más detrás de una mala interpretación, pero ¿"si el punto de partida es equivocado", no "es difícil poder leer en el resto algo de razón."? –de hecho pienso, al contrario, en la razón como algo procesual y argumentativo, cuyo valor –no su validez– no depende únicamente de los momentos iniciales o finales.
en fin, mi argumento, resumido, es doble: el concepto no es uno sino múltiple y el singular lo nulifica y el concepto es una construcción o, como dicen deleuze y guattari, una fabricación. si es una intuición lo es en el sentido en que deleuze explica la intuición para bergson: un acto simple que no excluye la multiplicidad cualitativa y virtual, unas direcciones diversas en las que se actualiza. la intuición bara bergson –añade deleuze– implica una pluralidad de acepciones, de aspectos múltiples, irreductibles.
algo más: pese a algunas diferencias, no pienso que lo que aquí escribí contre el concepto contradiga todo lo explicado por pepe creixell en el texto que citas, quien cita a bergson y su ide ade intuición, a tschumi quien piesna que el concepto puede ser posterior al proyectar –no un hecho original– y a maldonado, que habla de la dimensión histórica del proyecto –lo que también aquí yo menciono.
Odio la ausencia de mayúsculas en este blog tanto como he odiado la pregunta "¿Cuál es tu concepto?".
Considero, de cualquier modo, que es necesario partir de un concepto. Más aún, no hay manera de hacer arquitectura sin un concpeto, lo que aquí criticas es a quienes entienden mal la etapa de concepto, pero cualquier proceso creativo requiere partir de una idea que le da origen. Digamos que hacemos un teatro. "Un TEATRO" ese ya es un concepto porque implica un programa de diseño forzoso, mínimo debe haber unas superficie que funcionará como escenario. El concepto no necesariamente es "un árbol" como para llenar todo de ramas y ya. El concepto incluye todo lo que se pretende lograr: circulaciones eficientes, ambiente de luz tenue por la noche, vistas hacia grandes jardines, una forma que se imponga en su contexto, asientos rojos, telones, etc, etc.
Si lo que no te gusta es la palabra, llámalo como quieras, pero para construir se necesita antes la voluntad de construir algo, ese es el momento en que aparece el concepto. No tiene por qué ser "mi casa será un pez". No. Basta decir "mi casa será".
De todo lo poético y filosófico ganado en los enredos lingüísticos, creo que poco se abona a lo entendido por –concepto-. Y entendiendo que tu crítica se focaliza en quererlo reducir a la unidad versus la multiplicidad, encontrarás por supuesto, una férrea defensa de la diversidad/pluralidad/multiplicidad en la hermenéutica interpretativa de la escuela lingüista. Efectivamente, no se trata de bueno o malo, pero si un minimalismo tuviera que obedecer a –ideas- múltiples, o un deconstructivismo tuviera que reducirse a un término (palabra=concepto), mucho discreparían de ser lo que son, creo. El uso del término –concepto- ha de tener como se puede deducir de tus mismas letras, un origen –moderno-, cuando el reduccionismo era tendencia, que persiste en paralelo a otra infinidad. Un profesor de diseño, debería preguntar más propiamente ante un alumno de inquietudes complejas: ¿Cuál es el rollo de tu proyecto? Así como ante un alumno de inquietudes reduccionistas se le pregunta por el concepto en una palabra. Saludos otra vez, y una disculpa por las mayúsculas.
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