anoche, en centro, ciro najle, presentó el trabajo realizado durante varios años de investigación en diversas escuelas –espero que cada vez más arquitectos en méxico, especialmente los jóvenes, cambien la idea de una "clase" como un proceso de transmisión de conocimientos previamente adquiridos de alguien que "ya sabe" a otros que aun no, a un proceso de investigación y, por tanto, de producción de conociemiento entre un grupo con intereses similares, donde uno (el "profesor") guía y da la pauta pero abierto a los resultados de otros que lo siguen (los "alumnos"), en fin.
parte del trabajo consistió en estudiar el método y los resultados del mismo de cuatro ingenieros-arquitectos, quienes borraron la distinción, tanto disciplinar como conceptual, entre estructura y forma: nervi, le ricolais, otto y fuller. las formas que los métodos empleados por ellos producián, evidentemente innovadoras, estaban sin embargo controladas por ideales de precisión, eficiencia y, finalmente, belleza, que el trabajo de najle y sus estudiantes transgrede al someter el método a nuevas estrategias de control difusas o débiles, que resultan en una notable exuberancia formal.
tras esos trabajos, najle mostró cumulus, obra exhibida en el museo de arte de denver. a partir de una catenaria intervenida de manera fractal por otras catenarias y replicada –proceso al que najle califica de proliferación– produjo una serie de patrones que después fueron tejidos a gancho en argentina antes de transportarse para su exhibición en los estados unidos. el producto que conocemos del tejido normal a gancho es alterado por reglas simples que van agregando n+1 nudos donde sólo debiera haber uno, produciendo que la superficie tejida se combe sobre sí misma hasta pasar de 2 dimensiones a 2.x –casi un volumen. el resultado formal es –tal vez lógicamente– muy parecido al de un tejido vivo –digamos, la piel– sometido a lógicas o formas de control distintas a las habituales: tumores, verrugas, pliegues, arrugas.
el trabajo producto de dichas investigaciones, especialmente del tejido a gancho, me hace pensar, entre otras cosas, en la distinción, planteada por el filósofo francés georges canguilhem, entre lo normal y lo patológico, no sólo en referencia a un organismo vivo, sino en sus contrapartes para el mundo de lo construido y la arquitectura: lo bello y lo feo, lo eficiente y lo inútil, lo funcional y lo estorboso, y, por supuesto, lo esencial y lo decorativo, y en la necesidad de cuestionar su operatividad –no para abandonarla sino, en principio, para entenderla.
también nos recuerda de algún modo las ideas de gottfried semper, arquitecto alemán de finales del siglo 19, sobre los orígenes textiles de la arquitectura: nada más espacial y arquitectónico que ver cómo un hilo, enredándose y anudándose sobre sí mismo, pasa de una dimensión a dos y luego a casi tres o –en el simple caso de un suéter, por ejemplo– a tres: un volumen perfectamente habitable. finalmente no debería sorprendernos que alguien nos pidiera –de manera análoga a aquella famosa petición del principito: píntame un borrego– téjeme un edificio.
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