por fin, tras ser requerido en muchas ocasiones por los medios, césar pérez becerril, arquitecto principal del proyecto que ganó el concurso para el arco del bicentenario, respondió algunas preguntas entre las que destaca, por la respuesta, la que abre la nota del periódico reforma: ¿volvería a participar en un concurso así? no –dijo, enfático.
he escrito ya varios textos sobre este tema, incluyendo sobre una de las primeras críticas al proyecto: que no era un arco en un concurso que pedía precisamente eso, un arco. esa crítica, que parecía impulsada por aquellos finalistas que veían en la descalificación del primer lugar una posibilidad de ocupar su sitio, era del todo infundada: había que entender que lo de arco era un término genérico por monumento y, si no, otra ocurrencia idiota del ejecutivo que debía tomarse por una sugerencia y nada más.
el arco fue entonces una estela y su construcción una serie de errores y confusiones que no sólo revelan la incapacidad organizativa de un gobierno que ya resulta a todas luces indefendible, en esto y en otros asuntos de mucho mayor interés público, sino algo peor, supongo: una incompetencia generalizada que en este país rebasa las ideologías políticas y los membretes partidistas, para definirse como una característica de esa entelequia tan odiosa que es “el mexicano.” emprendedores y esforzados, tal vez, pero sin el talento ni la voluntad de llevar nuestros actos y nuestros hechos hasta la perfección. el grotesco jarrito de barro, mal hecho y mal pintado, curioso pero bajo ninguna mirada perfecto, es la imagen de lo “hecho en méxico.”
el arquitecto, pues, por fin habla y entre líneas deja ver que el problema es una falla institucional que apunta a cadenas de irresponsabilidad que denotan, finalmente, una gran corrupción –asumamos de una vez que corrupto no es sólo quien roba de las cuentas públicas sino también quien, incompetente, no reconoce su falla y deja las cosas hechas mal y a medias. pérez becerril –según el texto publicado en reforma– deja entrever que los (i)responsables son, en la cima de la pirámide, josé manuel villalpando, director del instituto nacional de estudios de las revoluciones mexicanas, y luego alonso lujambio, secretario de educación pública. ninguno supo ni pudo tomar las decisiones adecuadas. ninguno dijo a tiempo esto no se puede ni debe hacer así, no hay tiempo, no hay recursos, no hace sentido. y ninguno lo hizo –y supongo ahí si habría que incluir al arquitecto– por ejercer con excesiva libertad esa otra gran tara del mexicano –junto con la malhechura–: el patético servilismo ante el poderoso. “sí señor presidente, su arco que no es arco estará listo a la hora que usted quiera.”
una cosa si me queda clara de la entrevista que concede pérez becerril –aunque dudo que la lectura vaya a ser la misma de parte del público general–: el estado de abandono legal y práctica indefensión de los arquitectos ante clientes, contratistas, constructores y demás personas involucradas en la construcción de un proyecto. el menor de los males, probablemente, en un caso que revela muchas fallas intrínsecas de nuestro sistema y nuestra forma de ser, pero uno terrible para los arquitectos en este país.
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