- El Arco debía ser un símbolo. En esta guerrilla de (im)precisiones semánticas –qué es un arco, qué no– hay que recordar que los gobiernos Federal y de la ciudad de México convocaron a un concurso para el anteproyecto de "un Monumento (Arco) conmemorativo de la celebración del Bicentenario de la Independencia de México." En el mismo punto de la convocatoria se aclaraba que esa "obra Monumento (Arco)" debería "ser un hito urbano-arquitectónico, emblemático del México Moderno y un espacio de conmemoración en el Paseo de la Reforma." No se habló en ninguna parte de un símbolo.
- Una obra no es un símbolo. El jurado –dice Toca– "no se dio tiempo para saber distinguir entre un símbolo y una obra." Unas líneas antes Toca habla de "la diferencia fundamental que hay entre un edificio y un símbolo." Asumo entonces que usa obra como sinónimo de edificio o construcción y no en el sentido, que resultaria equívoco para su afirmación, de obra de arte –las que de hecho pueden ser simbólicas. Pero también un edificio o una construcción pueden ser simbólicos. Es uno de los argumentos de la teoría estética de Hegel, por ejemplo, donde habla específicamente de arquitectura simbólica. También es uno de los argumentos de Robert Venturi y Denise Scott Brown al dividir la arquitectura entre edificios o construcciones "pato" –"cuando los sistemas arquitectónicos de espacio estructura y programa quedan ahogados y distorsionados por una forma simbólica global"– y tinglados decorados –"cuando los sistemas de espacio y estructura están directamente al servicio del programa y el ornamento se aplica con independencia de ellos" o no se aplica. La distinción fundamental entre edificio y símbolo que apunta Toca no es, entonces, tan clara. Al contrario, esa diferencia articula de cierto modo aquella entre mera construcción y arquitectura y ha sido críticamente cuestionada e incluso invertida por lo menos desde hace un siglo.
- Si Saarinen no hubiera muerto. Toca retoma la anécdota de Eero Saarinen llegando tarde al jurado de la Ópera de Sidney y rescatando el proyecto descartado de Utzön porque era el mejor símbolo para la ciudad. Toca afirma que el Ar(c)o de Pedro Ramírez Vazquez y Fernando Romero "es el símbolo que la ciudad de México necesita." Como "desgraciadamente Saarinen no fue parte del jurado" del Arco, Toca nos revela que ese proyecto no sólo es "el favorito de la mayoría" y, por supuesto, el suyo, sino que es "el símbolo que ese lugar debía tener." ¿Por qué? Porque es "un círculo de esperanza, identidad y unidad: una verdadera utopía que ahora necesitamos desesperadamente." Lástima que ni Saarinen, ni Toca, el nuevo Saarinen o, quizás, el medium que nos transmite las enseñanzas del maestro, fueran parte del jurado.
Toca emplea todo su texto en hacer combinaciones de estos tres argumentos aderezados de oportunos elogios a los creadores del Ar(c)o. No explica porqué el Monumento (Arco) conmemorativo debía ser, además, simbólico –si la única y la mejor manera de recordar y celebrar, hoy en el siglo 21, es con un símbolo.
Cuando Daniel Libeskind ganó el concurso para la nueva torre que sustituirá a las del WTC de Nueva York, Herbert Muschamp, en ese entonces crítico de arquitectura del NYT, escribió: "Con su altura simbólica de 1776 pies y su brazo levantado, la Freedom Tower es una pieza de grandilocuencia pretenciosa. Responde de una manera particular a un evento particular. Se nos impone por los gobernantes cuyas agendas políticas son oscuras. Y no habla por aquellos que pensamos que está mal nacionalizar simbólicamente el ground zero."
Esa pregunta es crucial: ¿un Monumento (Arco) conmemorativo y simbólico –según parece aconsejarnos Saarinen por la pluma de Toca– es la única, la mejor manera? ¿No se impone así una sola idea –de independencia, de revolución, de nación, etc.– a todos? ¿Realmente necesitamos desesperadamente una verdadera utopía –Toca dixit? ¿Por qué una utopía –sólo una? ¿Qué es eso, quién(es) lo decide(n)? ¿Por qué no varias realidades –para, ingenuamente, oponernos a las utopías–, o varias heterotopías quizás? ¿No tiene ese pensamiento mágico-simbólico que piensa que un ar(c)o puede convertirse en el símbolo que "necesitamos" –¿para qué?– algo de ridículo y sí, anacrónico? –pensamiento quizá compartido por muchos de los participantes en el concurso y, sin duda, problemática y acríticamente planteado desde el origen del mismo por los gobiernos Federal y de la ciudad de México. Algo que emparenta al arco y al anillo con los círculos mágicos pintados en algunos cruces de avenidas capitalinas para evitar, de algún modo jamás aclarado, accidentes.
En una entrevista radiofónica de 1970, el escultor americano Carl André, usando como ejemplo a la Estatua de la libertad, explicó "las tres fases del arte" tal como él las entendía. "Hubo un tiempo, dijo, en el cual la gente se interesó en la capa de bronze que recubre a la escultura. Luego vino un tiempo cuando los artistas se interesaron por la estructura interior diseñada por Eiffel. Hoy los artistas se interesan en la Isla de Bedloe, donde se encuentra la estatua."
Que artistas (y arquitecos, urbanistas, paisajistas y demás) se interesen hoy más por la parte infraestructuarl (el suelo) en vez de por la estructural o la simbólica, tiene que ver con aquello apuntado por Muschamp: ya no es posible –ni probablemente deseable– resumir un evento particular –y menos una serie compleja de eventos como aquellos que se resumen bajo los títulos simbólicos de Independencia y Revolución nacionales– de una manera particular. O, más bien, no es posible hacerlo sin marginar, evitar o simplemente borrar al otro. Parafraseando a Walter Benjamin: no hay monumento de la civilización que no sea al mismo tiempo un monumento de la barbarie.
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