hoy fue la primera sesión de arquinejams : pláticas informales –una mesa redonda sin mesa pero con ideas– al rededor del tema del más reciente número de la revista, en esta ocasión: el museo.
los participantes, en orden de aparición, fueron josé kuri –de la galería kurimanzutto–, michel rojkind, josep maría montaner, héctor palhares –del museo soumaya– y fuensanta nieto y enrique sobejano, moderados por miquel adrià.
josé kuri planteó la posibilidad de pensar un espacio curatorial y de exhibición antes e independientemente que el edificio que lo contiene y (re)presenta. esto en cercanía a lo que osvaldo sánchez publicó en arquine: hay una inercia decimonónica que nos hace pensar que un museo es un edificio.
michel rojkind habló de su proyecto –en suspenso por razones de eso que en méxico se mal entiende por política– para las bodegas del museo tamayo en atizapán que debieran funcionar también como un espacio de exhibición –no sólo de la obra sino de los procesos que implican a su vez su exhibición en un museo.
josep maría montaner habló de cuatro casos de museos recientes en méxico –a los que sumó un quinto: la galería kurimanzutto diseñada por alberto kalach. primero el muac, de la unam, diseñado por teodoro gonzález de león: un museo clásico, de espacios controlados e iluminación natural, dijo. luego el museo de la memoria y la tolerancia, frente a la alameda, diseñado por los arditti: un museo con un discurso pedagógico muy claro y bien articulado, una intervención de artista –el cubo de jan hendrix– y una arquitectura decente y discreta que no se quiere protagónica. tercer caso, el chopo intervenido por ten arquitectos: una estructura que se inserta en otra preexistente y genera nuevas posibilidades de exhibición y, finalmente, el soumaya, de fernando romero: el museo espectáculo. montaner no ahondó en ese museo pero advirtió que podría convertirse en el tema de la noche –acertó.
al final, nieto y sobejano explicaron dos proyectos recientes: medina al zahara y san telmo, pero antes le tocó el turno a hector palhares, curador del soumaya. palhares explicó que, tras 14 años en que la colección se había exhibido en una vieja fábrica de papel –loreto– que no se prestaba bien para ser un museo, nunca se había hablado tanto de la colección como ahora que ocupa su nueva sede. el edificio, pues, había hecho que se pusiera atención a la colección. entre ambos, edificio y colección, se establece –dijo– una compleja relación pasional, que va más allá del modelo pedagógico tradicional –superado ya, dijo– y en vez de presentar un discurso cronológico o estilístico lineal, se optó por la confrontación de obras para permitir que se generen nuevas interpretaciones a partir de una empatía liberada de prejuicios y de algún modo ingenua.
como había predicho montaner, con eso empezó la polémica: que por qué rechaza, como museo, su responsabilidad pedagógica y social, que el edificio no responde a su contexto urbano y autista gira sobre sí, retorciéndose.
intervine entonces para decir que, por fin, entendía de otro modo al edificio: al torcerse se presentaba como símbolo de un discurso torcido, perverso. yo pensaba que la museografía del soumaya era un ejercicio fruto mitad del capricho y mitad de la ignorancia. pero no. la gente del soumaya lo defiende como una presentación de objetos artísticos que, liberados de un discurso rector, se ofrecen a la libre asociación e interpretación del espectador-consumidor. en una entrevista con javier barreiro, también aparecida en arquine, cuauhtémoc medina habla de la importancia para el museo en tanto institución, de la construcción de un dispositivo que lo transforma en el espacio público más significativo. un dispositivo –según foucault– “es un conjunto heterogéneo de discursos, instituciones, formas arquitectónicas, decisiones regulatorias, leyes, medidas administrativas, proposiciones científicas, filosóficas, morales o filantrópicas. en resumen: lo dicho tanto como lo no dicho.”
¿qué tipo de dispositivo constituye el soumaya? según sus curadores uno post-pedagógico, probablemente para una sociedad post-industrial y super-ilustrada, que ofrece su contenido, sin que medie ninguna instrucción de parte de los curadores, al libre flujo interpretativo del espectador. ignora pues esa puesta en escena de objetos artísticos que esa “otra” forma de ver que se supone trasciende y transgrede las formas establecidas requiere, en principio, de eso mismo: formas de ver y entender que hayan sido ampliamente conocidas y aceptadas por la sociedad –en otras palabras: no hay post-ilustración sin ilustración. de no ser así, el museo se convierte –como apuntó montaner– en un hipermercado que nivela todos los productos que ofrece pidiéndole al espectador-consumidor que se haga cargo del trabajo interpretativo sin haberle provisto de los instrumentos necesarios para hacerlo. los encargados del soumaya argumentaron que se le exige al soumaya una tarea que corresponde a las instituciones de estado, públicas, y no a una colección privada –idea que abiertamente contradice la propuesta de avanzada de una colección exhibida sin un discurso que la presente y explique al gran público, al sostener criterios ya rebasados que separan lo público de lo privado y, además, confundiendo dos sentidos de “público” : el económico y el político y cultural. en el primer sentido, es clarísimo e indudable que el terreno, el edificio y los contenidos del soumaya son propiedad privada. pero en el segundo, es innegable que un museo –al menos un museo moderno: aquellos que nacen cuando, tras la revolución francesa, las colecciones privadas se abren al público– actúa siempre en y desde el ámbito de lo público. he ahí, la perversión del soumaya: priva al público de una interpretación explícita de su contenido, "permitiéndole" hacerlo por sí mismo.