“Podrán corregirme —escribe Juan Manuel Heredia— pero la aportación más importante de España a la arquitectura mundial no es ni un jardín, ni un monasterio, ni una iglesia, ni un movimiento, estilo u obra de algún genio, sino un elemento arquitectónico específico; o mejor dicho la variación de este. Me refiero a la escalera abierta, también llamada ‘claustral’. En efecto, antes del siglo XVI las escaleras dentro de los edificios (las que comunicaban distintos niveles) estaban casi sin excepción contenidas en volúmenes o ‘cajas’ cerradas, y sus tramos o rampas delimitadas por muros y bóvedas. Los arquitectos españoles renacentistas por primera vez eliminaron esos muros y abrieron esas cajas, liberando así a las escaleras de su confinamiento milenario.”
Catherine Wilkinson escribe que “la escalera principal del Escorial es única en la arquitectura renacentista: un salón con una alta bóveda para una escalera simétrica que se eleva en tres vuelos paralelos. El espacio es abierto, pero rígidamente definido por el eje de las escaleras y la severa decoración de los muros. Tomados individualmente, ningún elemento de la escalera es nuevo. (…) Lo nuevo es la combinación de todos estos elementos en una obra singular:” una escalera interior en un espacio abierto. Como la escalera del castillo de Francisco Primero en Chambord, cuyo esquema se atribuye a Leonardo da Vinci, la escalera del Escorial se le atribuye a otro italiano, el segundo arquitecto del monasterio Giovanni Battista Castello.
El 23 de abril del año 303, en la ciudad de Nicomedia, Jorge de Capadocia fue decapitado tras admitir su fe cristiana. Tenía veintitrés años, quizás veintiocho; no más de treinta. Unos doscientos años después, el año 494, el papa Gelasio I lo canonizó. Para mediados del siglo XIII, el dominico Santiago de la Vorágine, en sus relatos de vidas de santos conocida como la Leyenda Dorada, lo montó en un caballo y lo puso a combatir dragones. Don Felipe II —por la gracia de Dios Rey de Castilla, de León, de Aragón, de las dos Sicilias, de Jerusalén, de Portugal, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdova, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de las Algarves, de Algezira, de Gibrlatar, de las Islas de Canaria, de las Islas Orientales y Occidentales, islas y tierra firme del mar Océano; archiduque de Austria, duque de Borgoña, de Bravante y Milan; conde de Habsburgo, de Flandes y del Tirol y de Barcelona, Señor de Vizcaya y de Molina, etc.— colocó el jueves 23 de abril de 1563, a los 35 años de edad y a los 1260 del martirio de Jorge de Capadocia, la primera piedra del Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial. El monasterio conmemoraba la victoria de San Quintín, el 10 de agosto de 1557, día de San Lorenzo.
En 1576, ocho años antes de que se colocara la última piedra del monasterio, Antonio Gracián Dantisco, secretario de Felipe II y bibliotecario del monasterio, según cita John Bury, anotó que “la excelencia de esta obra es tal que aunque las partes que lo componen tengan tan diferentes funciones que resultan casi incompatibles, sin embargo, lo ingenioso del diseño las mantiene tan firmemente unidas que parecen unificadas, al mismo tiempo que que las mantiene tan separadas que la presencia de una parece requerir la exclusión de otras.”
El primer arquitecto del Escorial fue Juan Bautista de Toledo, que vivió entre 1515 y 1567. Bury dice que hoy se acepta que Bautista fue el segundo arquitecto de San Pedro en Roma bajo las órdenes de Miguel Ángel entre 1546 y 1548, antes de ir al reino de Nápoles bajo las órdenes de Carlos V y, finalmente, trabajar para el hijo de éste, Felipe II, en el Escorial. A la muerte de Juan Bautista de Toledo se hizo cargo de la obra Giovanni Battista Castello. El Monasterio lo terminó el aprendiz de Juan Bautista, el tercer Juan: Juan Herrera, quien, huérfano, a los 14 años, en 1547, se unió al grupo que acompañaba al Príncipe Felipe en su viaje por Europa, antes de entrar al ejército, hacerse escolta de Carlos V y luego aprendiz de Juan Bautista de Toledo, quien los introdujo a él y a Felipe II a las artes combinatorias de Raimundo Luilio.
Catherine Wilkinson también dice que el Escorial, desde recién terminado considerado por muchos la octava maravilla del mundo, es una obra hecha más para causar asombro que placer. En 1605 José de Sigüenza describió al edificio como de un estilo desornamentado, “purificado de ornamento innecesario”, escribe Wilkinson. Otro Juan Bautista, el jesuita Villalpando, quien estudió geometría y arquitectura con Juan Herrera, escribió un Tratado de la arquitectura perfecta en la última visión del profeta Ezequiel, en el que imaginaba retroactivamente al Templo de Salomón como una prefiguración del Escorial. Otro tratado, anónimo pero posiblemente escrito por Herrera, siguiendo en parte las ideas de Alberti construye la visión del Príncipe y sus arquitectos como una forma de propaganda —la propaganda fide— opuesta a la exuberancia barroca.
Del Escorial dice Francesco dal Co que ahí se encuentra “una increíble acumulación de tiempo, conocimiento y sabiduría configurada por la forma construida y la arquitectura;” pero que “para percibir esto uno debe haber entrenado la mirada, de otro modo, no se ve nada, no se ve el significado de la arquitectura que es, en un nivel fundamental, un subproducto de la conjunción del conocimiento humano y el tiempo.” La arquitectura, como un libro, también se lee.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario