5.4.16

hughes


Elemér Albert Hoffmann nació en Budapest el 14 de abril de 1906 y se suicidó, 70 años después, en Ibiza, siendo ya una celebridad y con el nombre de Elmyr de Hory. En 1968 estuvo un par de meses en prisión cuando una corte española lo sentenció por homosexualidad y convivencia con criminales, al no poder probar que en suelo español hubiera cometido el delito por el que realmente era buscado: falsificación. Al salir de prisión le contó su vida al periodista norteamericano Clifford Irving, quien escribió su biografía Fake! The Story of Elmer de Hory, the Greatest Art Forger of Our Times. Ambos, de Hory e Irving, son protagonistas del falso documental que fue el último film dirigido por Orson Welles, F for Fake, probablemente una de sus mejores películas.

El documental fue realmente iniciado por el francés François Reichenbach centrándose en de Hory, pero cuando Reichnbach le pidió a Welles hacerse cargo de la película, éste filmó nuevo material y editó el que ya tenía para centrarse en el biógrafo, Clifford Irving, quien para el momento en que Welles se hizo cargo de la película había sido acusado, él mismo, de fraude: la supuesta Autobiografía de Howard Hughes de la que era coautor había sido desautorizada en una curiosa rueda de prensa por el mismo Hughes o, más bien, por su voz: para ese entonces Hughes ya se había recluido en el penthouse del Desert Inn de Las Vegas, hotel al que llegó en noviembre de 1966 y que compró a principios de 1967 cuando se negó a abandonarlo.

En La estética de la desaparición, Paul Virilio escribe de Hughes: “la vida de este millonario parece estar formada por componentes distintos: al principio, una existencia pública y, a partir de los cuarenta y siete años —y durante veinticuatro— una vida oculta.” La auto-reclusión de Hugues había empezado antes de Las Vegas, cuando a finales de los años 40 se encerró por varios meses en la sala de proyecciones de un estudio cinematográfico, temiendo cada vez más cualquier tipo de contacto físico. Al salir de la sala de proyecciones, inicia un periplo por distintos espacios que siempre son de algún modo el mismo: “las habitaciones donde desea estar —escribe Virilio— son exiguas y todas parecidas, aun si se hallan en las antípodas. Así, no sólo suprimía la impresión de ir de un lugar al otro, sino que cada sitio era tal como se lo esperaba: las ventanas estaban ocultas, en el interior de esas cámaras oscuras no debían penetrar ni la luz solar ni la imagen imprevista de un paisaje diferente. Al eliminar casi toda incertidumbre, Hughes podía creerse en todas partes y en ninguna, ayer y mañana, porque todas las referencias a un espacio o un tiempo astronómico habían sido eliminadas.”

Hughes llegó así a convertirse en el mejor ejemplo del sujeto cartesiano, pura res cogitans que no se somete a las contingencias ni del espacio ni del tiempo. Al mismo tiempo, es uno de los primeros ejemplares de la disolución del sujeto para quien la realidad, tanto externa como propia, se reduce a su representación mediante la tecnología: el exterior se reduce, según explica Virilio, a una pantalla al pie de la cama —en la cabecera estaba el proyector, al costado, “los mandos mediante los que proyectaba sus películas, siempre las mismas”— mientras que el se comunica con el mundo sólo  a través del teléfono. Para Hughes, concluye Virilio, ser no es habitar.


Según Wikipedia, Howard Hughes murió el 5 de abril de 1976, a la 1:27 pm, a bordo de un avión que lo transportaba desde su penthouse en el hotel Princess de Acapulco a un hospital en Houston.

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