29.4.16

nunca desperdicies espacio


A principios de la década de 1930, Jeanine de Monferrand trabajaba como secretaria en el semanario L’Illustration, cuyo primer número había aparecido el 4 de marzo de 1843. El sábado 6 de febrero de 1932, a las seis de la mañana, Jeanine, que aun no cumplía los 20 años, dio a luz. Había mantenido su embarazo oculto durante los últimos meses. Su familia, católica y conservadora, no habría visto con buenos ojos a una joven madre soltera. Tal vez sería peor si la familia se enterara de que el padre del niño, que dejó a Jeanine unos meses antes del parto, es judió. Se llamaba Roland Lévy y tenía 22 años. Nació en Bayonne y en etapa en París estudiando para ser dentista. Muy probablemente sus padres, Gastón Lévy y Berthe Kahn, verían con tan malos ojos el asunto como los de Jeanine. François, como se llamó el recién nacido, se quedó a cargo de Marie-Louise Perrin, quien acogió a su madre los últimos meses del embarazo. Jeanine lo vio esporádicamente los siguientes meses hasta que conoció a un dibujante del despacho de un arquitecto que trabajaba como decorador en el cine y quien, el 24 de octubre de 1933, dos semanas antes de casarse con Jeanine, registró al pequeño François con su apellido: Truffaut.

Desde niño a Françpis Truffaut le gustó el cine. A los 14 años cambió definitivamente la escuela por el cine. Iba diario. Ahí conoció a André Bazin, gran crítico de cine y fundador de los Cahiers du cinéma. Al rededor de Bazin y su revista, se reúnen en los años cincuenta varios jóvenes que empezarían como críticos y terminarían siendo el núcleo de la Nouvelle Vague: Éric Rohmer, Jean-Luc Godard, Claude Chabrol, Jacques Rivette y el mismo Truffaut. Todos aquellos jóvenes admiraban y, además, estudiaban el trabajo de un director nacido cerca de Londres en 1899 y que para los años cincuenta, entre su etapa inglesa y la americana, había realizado más de cuarenta filmes y era reconocido mundialmente como el amo del suspenso: Alfred Hitchcock.

Truffaut entrevistó a Hicthcock por primera vez en 1955. En 1962 lo volvió a entrevistar. Se grabaron 26 horas de conversación, en las que Helene G. Scott sirvió de traductora y que, una vez transcritas y editadas, se publicaron como libro en 1965. En 1962, Truffaut ya había pasado de ser un joven crítico de los Cahiers du cinéma. En la introducción al libro de entrevistas con Hitchcock, Truffaut cuenta que, en una entrevista en Nueva York durante la presentación de su película Jules et Jim, un crítico americano, sorprendido por sus elogios a La ventana indiscreta, le dijo que si le gustaba esa película era por ser extranjero y por no saber nada de Greenwich Village. Truffaut respondió: “La ventana indiscreta no trata de Greenwich Village, trata de cine, y de eso sí sé.”

En el libro, uno de los fragmentos de la entrevista se titula Nunca desperdicies espacio. Hablando del largo beso entre Cary Grant y Eva Marie Saint en North by Northwest, Hichcock dice que no quería tener aire o espacio alrededor de los actores, puesto que “todo el espacio tiene un significado particular.” En su libro The Wrong House: The Architecture of Alfred Hitchcock, Steven Jacobs cita a Hitchcock diciendo: “nunca uses el escenario simplemente como fondo. Úsalo al cien por ciento. Tienes que hacer que el escenario funcione dramáticamente. No puedes usarlo como fondo, en otras palabras, el local debe ser funcional.”

Juhani Pallasmaa dedica el último capítulo de The architecture of image, existencial space in cinema para explicar cómo en La ventana indiscreta el espacio se construye como una precisa geometría en la que el terror opera gracias a la diferencia, sutil y reversible en cualquier momento, entre el mirón y el que observa o, más grave, entre el testigo, la víctima y el victimario. Si como dice Peter Conrad en Los asesinatos de Hitchcock, éste “hizo en sus filmes a menudo de la cámara un personaje, a menudo culpable,” habría que pensar que también hizo del espacio otro personaje, a menudo aterrador: nunca desperdicies espacio.

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