21.4.16

posmoderno



En la segunda edición de su libro Modern Movements in Architecture, publicado en 1985, Charles Jencks incluye una postdata titulada Late-Modernism and Post-Modernism. “Desde que se escribió este libro hace más de diez años —escribe—, varios cambios importantes han ocurrido en la arquitectura que requieren ser comentados. El más importante: el Movimiento Moderno del título ha dejado su ideología del modernismo o la ha modificado de manera radical. La “tradición de lo nuevo” (frase acuñada por el crítico de arte Harold Rosenberg), la confianza en el progreso tecnológico, el papel de las vanguardias, el progresismo social inherente al “Periodo Heroico”, la idea de una ingeniería social ejecutada por la arquitectura, todo eso ha sido puesto en duda.”

Todo eso que había sido “puesto en duda” es parte de lo que el filósofo francés Jean François Lyotard había descrito como las grandes narrativas o los metarrelatos: el progreso, la equidad, el bienestar, esas ideas que están en la base de los discursos con los que los arquitectos —o los escritores, los artistas, los políticos o los científicos— pretenden dar validez a lo que hacen. “Simplificando al extremo, entendemos por «posmoderno» la incredulidad de cara a los metarrelatos," escribió Lyotard desde la primera de las 108 páginas de La condición posmoderna, título que publicó en 1979 y que en la primera nota a su postdata —en la que explica distintos usos del concepto que volverá a la vez su propia arma y campo de batalla— Jencks describe, equivocándose, como “una investigación filosófica general carente de foco.” Lo que Lyotard calificó como metarrelatos puede acercarse a lo que otro filósofo, Richard Rorty, llamó “léxico último” : “último en el sentido de que si se proyecta una duda acerca de la importancia de esas palabras, el usuario de éstas no dispone de recursos argumentativos que no sean circulares. Estas palabras representan el punto más alejando al que podemos ir con el lenguaje. (…) Una pequeña porción de un léxico último está compuesta por términos sutiles, flexibles y ubicuos tales como  «verdadero», «bueno», «correcto» y «bello».”

Con la posmodernidad a Lyotard le pasó lo que a Derrida con la deconstrucción: redujimos su filosofía a una idea que luego redujimos a mera etiqueta. Quizá por eso publicó en 1986, un año después de la posdata de Jencks, un libro de cartas titulado La posmodernidad explicada a los niños. En una de ellas escribe: “A medida que la discusión se desarrolla en el plano internacional, la complejidad de la «cuestión posmoderna» se agrava. Cuando la enfoqué, en 1979, en torno a la cuestión de los «grandes relatos», mi intención era simplificarla, pero me temo que me fui más allá de lo necesario.” Al siguiente párrafo Lyotard enlista algunos de esos metarrelatos que marcaron la modernidad: la emancipación progresiva de la razón y de la libertad o el progreso de la tecnociencia. Para hacer las cosas más complejas y acaso complicadas, Lyotard llega a decir que la posmodernidad forma parte de la modernidad: si la modernidad es el ejercicio metódico de la duda —recordemos a Descartes— y la posmodernidad es poner en duda hasta aquello que parecía más seguro —los metarrelatos— entonces “una obra no puede convertirse en moderna si, en principio, no es ya posmoderna.” La serpiente se muerde la cola.


Sin coincidir pero un poco en el tono de Habermas quien, tras recorrer con disgusto la Strada Novissima en la Bienal de Venecia de 1980 pensó aquello de la modernidad como una promesa inconclusa, Lyotard escribe: “He leído que, con el nombre de posmodernismo, ciertos arquitectos se desembarazan de los proyectos de la Bauhaus, arrojando el bebé, que aun está en proceso de experimentación, con el agua sucia del baño funcionalista.” A final de cuentas, al menos en cuanto a la compulsión de muchos arquitectos por etiquetar los edificios —tornillos: high-tech, pilotes: moderno, pilotes con volutas: posmoderno—, las sutilezas de Lyotard, incluso explicadas a los niños, pasaron casi desapercibidas y según algunos el posmodernismo se fue como si fuera el color de moda en la temporada pasada. Jean François Lyotard murió en París el 21 de abril de 1988 sin lograr, pese a su obra anterior y posterior, dejar de ser asociado a la condición posmoderna.

No hay comentarios.: