“La situación actual de la arquitectura es confusa y caótica. El cliente se queja constantemente de la falta de capacidad del arquitecto para satisfacerle, tanto desde el punto de vista práctico como desde el estético y el económico. A las autoridades les resulta difícil saber si los arquitectos están preparados para resolver los problemas que la sociedad plantea. Los propios arquitectos discrepan en puntos tan básicos que sus discusiones han de interpretarse como la expresión de sus dudas e incertidumbres. El desacuerdo no sólo afecta a los problemas llamados «estéticos» sino también a las cuestiones fundamentales sobre cómo debiera vivir y trabajar el hombre en los edificios y en las ciudades.”
Es el primer párrafo de Intenciones en arquitectura, publicado en 1967 y escrito por Christian Norberg-Schulz. Pareciera que no mucho ha cambiado, al menos en la sensación de descontento de todos quienes tiene que ver algo con la arquitectura que, según parece, somos todos. Norberg-Schulz nació en Oslo, Noruega, el 23 de mayo de 1926. Fue alumno de Siegfried Giedion en el Politécnico de Zúrich, donde se graduó en 1949. De vuelta en Noruega, junto con Arne Korsmo, Sverre Fehn, Geir Grung, el danés Jørn Utzon y otros, fundó el grupo PAGON: Progressive Arkitekters Gruppe Oslo Norge, la rama noruega del CIAM. EN 1955, junto con Korsmo, Norberg-Schulz diseñó un conjunto de casas que mostraban la influencia tanto de Mies van der Rohe —se dice que Korsmo y su esposa Grete, mientras estuvieron en los Estados Unidos entre 1949 y 1950 con una beca Fulbright, fueron los primeros huéspedes en pasar una noche en la casa de Edith Farnsworth—, de Charles y Ray Eames y Craig Ellwood. Jorge Otero-Pailos cuenta que Norberg-Schulz inició el diseño de su propia casa a los 26 años, tras convertirse en socio de Korsmo, que le doblaba la edad y menciona como otra influencia la arquitectura de Rudolph Schindler, el vienés que tras estudiar con Loos y trabajar con Wright se estableció en Los Ángeles.
“La verdadera crisis de la habitación reside en que los mortales están siempre en busca del ser de la habitación y que deben, de inicio, aprender a habitar.” Esa es una de las conclusiones de Heidegger en su conferencia Construir, habitar, pensar, dictada en 1951 en el coloquio de Darmstadt. Probablemente Heidegger, que para entonces desde hace casi tres décadas habitaba su famosa cabaña en la Selva Negra, la casa que diseñó Norberg-Schultz no representara la idea de habitar sino todo lo contrario. La opinión que pudiera tener Heidegger sobre la máquina de habitar que diseñó Norberg-Schultz para él y su esposa pudiera no tener mayor importancia —sin duda fue más importante que a la esposa de Norberg-Schultz, italiana que había crecido en Roma, no le gustara vivir en los suburbios de Oslo y por tanto ocuparan esa casa tan sólo unos años. Pero Norberg-Schultz fue uno de los arquitectos —si no el que más— dedicados a comprender y explicar las ideas de Heidegger sobre el habitar. En un texto publicado por la revista Perspecta en 1983, Norberg-Schultz escribió: “el pensamiento de Heidegger sobre la arquitectura es de gran interés inmediato. En un momento de confusión y crisis, puede ayudarnos a llegar a un entendimiento auténtico de nuestro campo. Entre dos guerras, la práctica arquitectónica se fundó sobre el concepto del «funcionalismo», cuya definición clásica es el eslogan «la forma sigue a la función.» La solución arquitectónica debe derivar directamente, por tanto, de los patrones del uso práctico. Durante las últimas décadas, se ha hecho cada vez más claro que este acercamiento pragmático lleva a ambientes esquemáticos y sin carácter, que no ofrecen suficientes posibilidades para el habitar.”
Para Otero-Pailos, la casa que diseñó en 1955 Norberg-Schulz —cuatro años después de que Heidegger hablara de construir, habitar y pensar, pero antes de interesarse plenamente en el discurso del filósofo alemán— no contradice sus teorías posteriores: “este edificio ilumina las maneras como los arquitectos modernos desarrollan ideas interpretando y reinterpretando su propio trabajo a la luz de conceptos tomados de otras disciplinas. El caso de Norberg-Schulz, obsesionado con la búsqueda intelectual del “estar y sentirse en casa”, es crítico para entender cómo sus propias casas servían como laboratorios para experimentos de «habitación» y cómo estos edificios servían como filtros mediante los cuales interpretaba (y mal interpretaba) algunas teorías.”
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