25.6.16

la silla vacía


“Muchas construcciones difíciles han sido resueltas satisfactoriamente y han adquirido su forma generalmente aceptada: ¿por qué resulta entonces que no se ha encontrado una solución satisfactoria para una construcción tan simple como una silla, como, por ejemplo, si se ha logrado para una bicicleta o, aun más simple, para una cuchara?”

Probablemente pocos al ver la silla roja y azul, de 1917, o la silla zig-zag, de 1934, supondrían que su autor escribió el párrafo anterior. Gerrit Thomas Rietveld nació en Utrecht, el 24 de junio de 1888. Su padre era carpintero y él dejó la escuela a los 11 años para trabajar como su aprendiz. En 1917 abrió su propio taller —la silla roja y azul es uno de sus primeros diseños. Paul Overy dice que aunque los muebles de Rietveld se consideran comúnmente como “un intento de reinventar la rueda,” son más bien ensayos para “desarrollar nuevas tipologías y nuevos métodos de producción.” Y agrega que “más que «rarezas» que marcan un punto muerto en el diseño de sillas, que debió ser rescatado por los muebles tubulares de la Bauhaus, la silla roja y azul y otras piezas similares, fueron un ejercicio «deconstructivista» anterior al desarrollo de esas nuevas tipologías y métodos de producción.”

El ejercicio “deconstructivista” se centraba con particular atención en la construcción del objeto llamado silla y, más aun, en los problemas materiales del ensamblado de la madera: “con esta silla —escribió Rietveld en 1919 de la silla roja y azul— se hizo un intento de hacer de cada parte algo simple y de la forma más elemental de acuerdo a su función y su material; la forma, por tanto, es más capaz de armonizar con el conjunto. La construcción se concentra en las partes para asegurar que ninguna domine o subordine a las otras. De esta manera, el conjunto se yergue libre y claramente en el espacio y la forma sobresale del material.” Cualquier otro significado de la silla fue puesto entre paréntesis o al margen. Era claro que Rietveld entendía y asumía la complejidad constructiva de algo con una función aparentemente tan simple como una silla: “las patas deben mantener el asiento a cierta altura sobre el suelo. Cada movimiento que uno hace al estar sentado sacude la estructura, lo que implica que la silla debe ser capaz de resistir más que el peso que soporta. Por eso es que una silla fuerte hablando prácticamente, tiene una apariencia que, para una función simple como sentarse, resulta excesiva.”

Pero Rietveld insiste en que “sentarse es seguramente una actividad muy simple” y agrega que “las sillas no tienen que ser una representación de la idea de sentarse” —lo que hace pensar en aquella frase de Donald Judd: la idea de una silla no es una silla. El asunto es que una silla, aunque sea más que la idea de una silla, nunca es sólo una silla. Hajo Eickhoff, que ha estudiado a profundidad la silla y otros muebles en tanto que objetos culturales, escribe:

La mesa libera a los brazos ya  las manos, la silla hace lo mismo con las piernas y los pies. Antiguamente el rey se solía sacrificar sobre el trono a la comunidad; sobre la mesa se ofrecía el anima a los dioses. Las sillas exigen, de manera inmediata, una postura distinta del cuerpo; las mesas dan forma a nuestras vidas a través de la organización del espacio físico. Mesas y sillas acompañan discretamente al ser humano contemporáneo. En lo superficial, sirven de mobiliario, pero conforman profundamente todo lo físico, determinan el lenguaje y han penetrado al pensamiento metafórica y alegóricamente. En los espacios privados y públicos, así como en el mundo del trabajo, es tal la cantidad de mesas y sillas que ya no distraen nuestra atención: las asumimos como algo natural. En la antigüedad no se conocían sillas ni mesas en la vida cotidiana. Aún hoy, menos de la mitad de la humanidad se sienta en sillas, pero aquellos que se sientan en sillas necesitan, potencialmente, dos docenas de sillas en su cotidianidad, la mayor parte de las sillas en nuestras sociedades, por tanto, está vacía y en espera del asentamiento.

Galen Cranz también insiste en que la silla no es la respuesta directa a la manera como se doblan nuestras rodillas y nuestros tobillos, “la biología, la fisiología y la anatomía tienen menos que ver con nuestras sillas que los faraones, los reyes y los ejecutivos.” Si la proliferación de sillas en la modernidad occidental supone una (hipotética) democratización del trono, la atención que Rietveld y otros en su momento pusieron al objeto silla vaciándola de otras implicaciones, intentaba, tal vez, despojarla de una carga simbólica más difícil de soportar que los movimientos de un usuario afirmando, físicamente, que una silla es una silla es una silla.


Gerrit Rieveld murió el 25 de junio de 1964 —el día en que Robert Venturi cumplía 39 años.

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