13.8.16

el muro


El domingo 13 de agosto de 1961 muchos periódicos habrán publicado en su primera página la misma nota de la agencia Reuters. En el New York Times, tenía el encabezado en tres columnas: Tropas de Alemania del Este sellan la frontera con Berlín Occidental para bloquear el escape de refugiados. Fue a la 1:11 am que el gobierno de la República Democrática Alemana empezó a poner en operación la sugerencia de Nikita Khrushchev, quien aprovechaba el valor simbólico de esa ciudad. En 1958 Khrushchev había propuesto desmilitarizar Berlín y convertirla en una ciudad libre. Los aliados occidentales no mordieron el anzuelo: no era fácil imaginar esa isla libre a la mitad del territorio enemigo. Pero también era cierto que el bloque soviético no se podía permitir dejar abierta esa puerta —la de Brandenburgo y la que representaba todo Berlín Occidental. Más de dos millones y medio de alemanes habían abandonado por ahí la República Democrática, la mayoría jóvenes y con carreras profesionales —pagadas por el Este. Además, Berlín Occidental era como la cocina que Nixon le había presumido a Khrushchev en 1959, pero a gran escala y sin ninguna barrera que impidiera a los visitantes entrar probar los electrodomésticos. Para los aliados occidentales, especialmente para los Estados Unidos, Berlín era un extraordinario aparador para mostrar a los del otro lado las virtudes del capitalismo. El 14 de agosto, una nota también en el New York Times, titulada Nada que perder más que cadenas, decía:
Hace más de un siglo Karl Marx escribió el famoso axioma de que “los proletarios no tienen nada que perder más que sus cadenas.” Hoy, con la malvada cosa hecha al pueblo de Berlín del Este, vemos este principio ejemplificado. Lo mejor es esa gente ha estado evacuando su parte de la alguna vez orgullosa ciudad en grandes números, más de 30 mil tan sólo en julio. Dejan atrás sus casas, sus familias y amigos, a veces sus trabajos. No lo hacen porque alguna utopía, algún paraíso terrenal los haya deslumbrado; lo hacen porque no podían soportar la vergüenza y la miseria de vivir bajo la autoproclamada República Democrática Alemana.
El texto sigue comparando la salida de aquellos alemanes con la de los emigrantes que habían llegado a Ellis Island a principios del siglo XX. “Querían una buena vida.” El muro fue una reja con alambre de púas hasta 1965, cuando empezó la construcción del de concreto. Durante los primeros días todavía hubo quienes intentaron cruzar, entre las púas, a veces con éxito, no sin dolor. Ida Siekmann fue la primera en morir, el 22 de agosto, al intentar cruzar saltando desde un tercer piso y Günter Litfin, el primero sobre el que ejecutaron la orden de disparar a matar si intentaban cruzar, el 24 de agosto. El muro es la más obvia y vívida demostración de las fallas del sistema comunista, dijo John F. Kennedy el 26 de Junio de 1963, tras decir el emblemático Ich bin ein Berliner.

El muro no sólo inspiró la frase de Kennedy. La cultura en Berlín en los años 70 y la primera mitad de los 80 se volvió más densa. Bowie compuso ahí su trilogía berlinesa y Wenders usó al muro en su película Der Himmel über Berlin —o Las alas del deseo. Y muchos, muchos más hicieron referencias al muro. En 1971, Rem Koolhaas escribió, aun siendo estudiante en la Architectural Association, The Berlin Wall as Architecture: “no es el Este el que está aprisionado —escribió en el primer texto— es el Oeste, la «sociedad abierta.»” Un año después retomó la idea de la ciudad dividida por el muro en su proyecto final de carrera: Exodus, The Voluntary Prisoners of Architecture: 
Una vez una ciudad fue dividida en dos partes. Una parte se convirtió en la Mitad Buena, la otra en la Mitad Mala. Los habitantes de la Mitad Buena iban en manada a la parte buena de la ciudad dividida, aumentando el éxodo urbano. Si se hubiera permitido que esa situación continuar por siempre, la población de la Mitad Buena se hubiera duplicado y la Mitad Mala se hubiera vuelto un pueblo fantasma. Cuando todos los intentos de interrumpir la indeseable migración fallaron, las autoridades de la parte mala hicieron un uso desesperado y salvaje de la arquitectura: construyeron un muro alrededor de la parte buena de la ciudad, haciéndola totalmente inaccesible a sus súbditos. El muro era una obra maestra.

En 1986 Koolhaas volvió a escribir sobre Berlín: “era un laboratorio —dijo. Su riqueza histórica reside en la secuencia prototípica de sus modelos: ciudad neoclásica, metrópolis temprana, campo de pruebas modernista, víctima de guerra, Lázaro, demostración de la guerra fría, etc. Primero bombardeada y luego dividida, Berlín no tiene centro, es una colección de centros que son vacíos.” Tras la caída del Muro, Hans Ulrich Obrist le preguntó qué pensaba de la desaparición del muro, no la frontera geopolítica sino la estructura arquitectónica que le había dado forma. “Me parece una locura —dijo Koolhaas— que una parte crítica de la memoria se borre no por desarrolladores o inversionistas, sino simplemente en el nombre de la pura ideología.” Pues, con toda la excitación que produjo la caída del muro y de lo que significaba, con él se fue también, como escribió Wim Wenders, una ciudad —o media: “ya no había Berlín Oriental.”

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