12.8.16

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Soy charlatán. Charlatán, solitario y dormilón para estimular la imaginación, decía Jean Nouvel en un texto publicado en L’Architecture d’Aujourd’hui en febrero de 1984. Hay que ser charlatán. Charlatán, solitario y dormilón. Con la condición, no obstante, de saber qué decir, qué pensar, qué soñar. En 1984, Nouvel, tenía 39 años —nació el 12 de agosto de 1945. Era la estrella en ascenso de la arquitectura francesa. Empezó a estudiar arquitectura en la Escuela de Bellas Artes de Burdeos en 1964 y se cambió a la de París en 1966, de donde se graduó en 1972. Desde que estaba en la escuela entró a trabajar a la oficina que por algunos años tuvieron juntos Claude Parent y Paul Virilio. Del primero, dijo, aprendió todo lo que tenía que saber sobre arquitectura; del segundo, sólo una cosa: a pensar. En la escuela y trabajando con Parent y Virilio, al joven Nouvel le tocaron los años agitados alrededor del 68. Incluso antes de recibirse —con una tesis escrita, la primera que así se entregó en su escuela, según Nouvel—, abrió su primera oficina. Olivier Boissière escribe:
Desde que abrió su primer despacho en 1970 —antes de haberse titulado— la vida de arquitecto de Jean Nouvel se comprometió en varios frentes. En principio: construye: es al pie de los muros que se ve al arquitecto. (…) Pero también milita con sus jóvenes colegas, funda un movimiento rebelde y un sindicato que se opone al corporativismo estrecha de la orden de arquitectos, guardián del statu quo. Es uno de los organizadores del contra-concurso para Les Halles, que reúne, para un combate de honor, a lo mejor de la inteligencia internacional: Roland Barthes y Henri Levèbvre, Philip Johnson y Tomas Maldonado.
Construir y también debatir, pues. En 1986 Nouvel decía que un arquitecto “es alguien que ha hecho una elección fundamental: la de estar en la realidad y construir.” Construir es —evidentemente, para Nouvel— el objetivo: “cada vez que hago proyectos que no se llevan a cabo me exaspero,” pero más importante aun, el límite de lo que pensamos: “yo no diseñaría nunca lo mismo, dice, sin o pensara que lo puedo construir, sin o pensara en ese límite de lo posible.” Llevando las ideas de Nouvel a un punto que quizá no es el que él planteó originalmente, podemos pensar ese límite como las constricciones con las que trabaja un arquitecto o diseñador para plantear las condiciones de sus propuestas. Porque Nouvel, que apuesta a construir —y la cantidad de obra realizada desde aquellos 80 lo atestigua—, vincula esa construcción directamente a las ideas:
Para establecer un concepto hay que tener ideas, pero no cualquier idea. Hay que elegirlas. Se trata de un efecto sinérgico entre diversas ideas, cuidadosamente elegidas para la ocasión en función de un programa que representa determinadas hipótesis de un problema que se debe resolver. 

El pensamiento de Nouvel acoge la ambigüedad. Pese a su personaje —que hace pensar en un director de cine o un metteur en scene—, afirma que la arquitectura es un acto cultural y se manifiesta contra la idea del arquitecto-artista y la autonomía disciplinar:
El futuro de la arquitectura no es arquitectónico. No es nuestro saber interno el que resolverá las crisis de la arquitectura. La solución no se halla oculta en los tratados de Alberti, Piranesi, Lequeu, Ledoux. Lo importante no es saber qué huellas seguir, a qué maestro adorar, qué arquitectura imponer, a qué arquitectos excomulgar. La arquitectura debe salir de sus fronteras, zarandear a sus guardianes elitistas y dejar de ser un privilegio inabolible.

Su antiguo jefe y maestro, Paul Virilio, dice que Nouvel no trabaja con programas arquitectónicos sino con relatos. De ahí su pasión por la imagen —el material-imagen, dice Virilio— y por el cine, Wenders en especial. Nouvel dice que la arquitectura debe hablar, relatar, interrogar y, en una versión duchampiana de la arquitectura, dirigirse más a la mente que a la vista. “Traducir una civilización viva.” Así, quien afirmó que la elección fundamental del arquitecto es estar en la realidad y construir, al mismo tiempo propone que al construir esa realidad, que fija los límites de lo posible, es cuestionada de algún modo, “para que cada edificio suscite una pregunta sobre la naturaleza de lo que debería o podría haber sido.”

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