El 4 de julio de 1909 se publicó el Plan de Chicago, “preparado bajo la dirección de The Commercial Club, durante los años de 1906, 1907 y 1908, por Daniel H. Burnham y Edward H. Bennett, arquitectos, y editado por Charles Moore.” El Commercial Club se había fundado en 1877 con 17 miembros, comerciantes exitosos de la ciudad y que, en la tradición americana, se unieron en esa asociación que buscaba, además de proteger algunos de sus intereses, hacer un trabajo filantrópico y cívico. En su libro The Plan of Chicago, Daniel Burnham and the Remaking of the American City, Carl Smith dice que el plan, también llamado Plan Burnham, por su principal artífice, “sostenía, más allá de cualquier incertidumbre, que la bulliciosa Chicago requería modificaciones mayores y que la creación de una ciudad mejor era posible.” Smith explica que Chicago había pasado de ser un poblado mediados del siglo XVIII de poco menos de cinco mil habitantes —ocupando el lugar 92 en población entre las ciudades de los Estados Unidos—, a poco más de un millón en 1890 —pasando al segundo lugar, sólo atrás de Nueva York. En 1910, un año después de la publicación del Plan, Chicago tenía 2,185, 283 habitantes. En las primeras líneas del Plan se lee que “la tendencia de la humanidad a congregarse en ciudades es una característica marcada de los tiempos modernos.” Unas líneas después dice que “los hombres se están convenciendo de que el crecimiento informal de la ciudad no es ni económico ni satisfactorio, y que la sobrepoblación y el congestionamiento de tráfico paralizan las funciones vitales de la ciudad.” El objetivo del Plan era “anticiparse a las necesidades futuras al mismo tiempo que proveía para las presentes: en pocas palabras, dirigir el desarrollo de la ciudad hacia un fin que puede parecer ideal, pero es práctico.” A esa mezcla de idealismo y pragmatismo no le faltaba su dosis de ingenuidad e ideología. Para decirlo de manera esquemática, a los filántropos de finales del siglo XIX, tanto en Estados Unidos como en Inglaterra, les preocupaba la creciente pobreza y la desigualdad notoria en las ciudades —en 1890 Jacob Riis publicó su libro How the other half lives—, perro en contraposición a los pensadores socialistas, que abogaban por un cambio en los modelos de propiedad y producción, pensaban que las mejoras físicas en la calidad de vida de los habitantes de las grandes ciudades, poco a poco traerían mejoras generales para pobres y ricos:
El buen orden y la conveniencia no son caros; pero el azar y los proyectos mal considerado invariablemente resultan en la extravagancia y el desperdicio. Un plan asegura que cada vez que se emprenda cualquier obra pública o semi-pública, caerá en su sitio apropiado y predeterminado en un esquema general, y por tanto contribuirá a la unidad y dignidad de la ciudad.
El plan urbano y arquitectónico estuvo a cargo de David Burnham, con la ayuda de su joven asociado Edward Bennett. Burnham nació en el estado de Nueva York el 4 de septiembre de 1846 —un día después pero diez años antes que otro gran arquitecto de Chicago y crítico de su obra: Louis Sullivan. Su familia se mudó a Chicago en 1855. En 1867 entró a trabajar al despacho del arquitecto William Le Baron Jenney —el padre del rascacielos— y ahí encontró su vocación. Asociado con John Wellborn Root establecieron su propio despacho hasta la muerte de éste, en 1891, cuando fundó D.H.Burnham & Company. Junto con Frederick Law Olmsted, estuvo a cargo del diseño de la World’s Columbian Exposition, que se abrió el 1º de mayo de 1893 en Chicago y sirvió de modelo para muchas de sus ideas urbanas, que, como deja claro en el Plan of Chicago, derivaban de su estudio de las ciudades clásicas y, sobre todo, de su admiración por el trabajo del barón de Haussmann en París. Antes del plan urbano para Chicago, Burnham hizo otros para las ciudades de San Francisco y Manila, además de proyectar muchos edificios en Chicago y otras ciudades —entre ellos, acaso uno de los más fotografiados de Nueva York: el Flatiron, de 1902. Como miembro del Commercial Club, Burnham ofreció su trabajo de manera gratuita para preparar el Plan que, editado en un elegante libro por Charles Moore, sería presentado al público oficialmente en 1909.
Smith cuenta cómo, además de la planeación misma de la ciudad —que implicaba muchas reformas y modificaciones de gran escala y a nivel regional, algunas planteadas antes y de manera independiente al plan de Burnham—, el libro y los cientos de dibujos y planos que lo acompañaban, eran una manera de promover el proyecto en tres los ciudadanos de Chicago, tratando de convencerlos y buscando su aprobación. El Commercial Club contrató periodistas y publicistas para realizar campañas que hablaran del interés general de su plan, pensado a partir ideales democráticos o, quizás habría que decir, como algunos de los críticos que en aquél momento tuvo la propuesta, de sus ideales democráticos: no faltó quien acusó al Plan de esconder intereses personales bajo la máscara de benefactores públicos.
El Plan no se realizó, aunque varias de sus propuestas sí se llevaron a cabo. Como afirma Smith, queda como “uno de los más fascinantes y significativos documentos en la historia de la planeación urbana.”
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