19.10.16


Lewis Mumford abre su libro Sticks and Stones, A Study of American Architecture and CIvilization, publicado en 1924, con dos citas a manera de epígrafe: “La arquitectura, propiamente entendida, es la civilización misma,” de W.R.Lethaby, y “¿Qué es la civilización? Es la humanización del hombre en sociedad,” de Matthew Arnold. Mumford nació en Nueva York el 19 de octubre de 1895. Su primer libro, publicado en 1922, fue The Story of Utopias. Para Mumford las utopías eran nuestra manera de reaccionar al entorno y rehacerlo de nuevo de acuerdo a un patrón humano. Mumford concluye su texto, con cierto optimismo, eligiendo entre el ambiguo título de Tomás Moro: u-topía, lo que no tiene lugar, y eu-topía, el mejor lugar, apostando por el segundo y sumando a esa apuesta una crítica a la Megalópolis: “los habitantes de nuestras eutopías, dice, se habrán familiarizado con su entorno local y sus recursos, y contarán con un sentido de continuidad histórica, lo que aquellos que habitan en el mundo de papel de la Megalópolis y que sólo tocan su entorno mediante los periódicos y los libros, han perdido por completo.” Las eutopías tienen una base ecológica: implican una utilización más directa de los recursos locales de lo que le parece ventajoso al mundo metropolitano guiado tan sólo por el mercado. Sin embargo, Mumford no proponía el simple retorno a un mundo de pequeñas aldeas autosuficientes, cerradas sobre sí mismas: la ciencia y la tecnología permitirían que los ciudadanos de eutopia “no sean, digamos, cien por ciento franceses si Grecia, China, Inglaterra, Rusia o Escandinavia pueden ofrecer sustancia a su vida espiritual.”

En febrero de 1926, Mumford publicó en Harper’s un texto titulado La ciudad intolerable: ¿debe seguir creciendo?, en el que afirmaba que si bien ciudades como Nueva York, Chicago o Detroit eran de hecho lo mejor que la civilización moderna podía ofrecer, no eran lo mejor, simplemente, y de hecho no para todos. Mumford afirmaba que los censos revelaban que al menos un tercio de la población de las grandes ciudades no ganaban los ingresos suficientes para vivir en barrios modernos. “Entre más crecen las ciudades en «población y riqueza», dice Mumford, menos capaz es de ofrecer las cosas que hacen que la vida sea graciosa, interesante y divertida.” ¿Cuál podría ser la solución? Mumford analiza ese escape: el habitante del suburbio es simplemente un hereje que ha descubierto que el ambiente de la gran ciudad no es bueno y el suburbio es un intento de recapitular el ambiente que esas ciudades han barrido con su crecimiento ciego. Pero al crecer, el suburbio se vuelve más bien una pálida copia de la Metrópolis y de nuevo se vuelve necesario escapar a un mundo rural que ya no existe, por más que el suburbanita se aleje de la gran ciudad. “La alternativa, dice Mumford, no es «regresar a la granja» o «dejar las cosas andar». La alternativa real al crecimiento metropolitano sin límites es limitar ese crecimiento y la planeación y construcción deliberada de nuevas comunidades.”

En 1937, Mumford publicó en la revista Architectural Record un texto titulado ¿Qué es una ciudad? Empieza diciendo que “la mayor parte de la planeación de la ciudad y la vivienda ha tenido el defecto de que quienes la realizan no tienen una noción clara de las funciones sociales de la ciudad.” Para Mumford, esas funciones sociales se suman a los “medios físicos externos” de la ciudad. La ciudad, dice, es un nodo geográfico, una organización económica, un proceso institucional, un teatro de acciones sociales y un símbolo estético de la unidad colectiva. Es la intensificación de esa actividad lo que la caracteriza. Sola, la parte física de la ciudad no basta e incluso puede estorbar a dicha intensificación. 


El último capítulo de Sticks and Stones se llama Arquitectura y civilización. Ahí Mumford dice que “es una verdad evidente que el desarrollo arquitectónico está ligado al curso de nuestra civilización” y que hay que “es conveniente entender nuestra comunidad y nuestros constructores como criaturas de su medio.” Mumford veía una ciudad donde algunos edificios podrían resultar notables pero que en su conjunto no resultaba ni útil ni agradable y pensara que “una arquitectura que depende de resultados accidentales no es exactamente un triunfo de la imaginación y menos un triunfo de una tecnología exacta.” La arquitectura, agregó, “está llena de falsos inicios y promesas incumplidas justo porque el suelo no se ha trabajado lo suficiente con anticipación para recibir las nuevas semillas.” Si queremos una buena, “debemos empezar en el extremo opuesto de donde nuestras suntuosas revistas ilustradas de casas y arquitectura lo hacen: no con el edificio en sí, sino con el complejo entero del que el arquitecto, el constructor y el patrón surgen y en el que el edificio terminado se coloca.”

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