26.10.16

integridad

Los arquitectos con integridad no creen en el ascenso social, en ser pretensiosos o moralizadores o en que la respetabilidad sean esenciales para su trabajo.Han aceptado la condición de cambio y de incertidumbre.Trabajan con lo fragmentario más bien que con lo completo.Están interesados en los procesos más que en la finalidad.Aceptan la imperfección humana en vez que el idealismo.Tienen fe en las ideas emergentes más que en las preconcebidas.Sus edificios expresan el crecimiento como una acumulación o concreción de las formas.A veces son menos racionales, menos regulados, menos formales, menos modulares.Favorecen las artes formativas, no las bellas artes.Son inmunes a los valores establecidos en el arte, aunque les preocupa realmente la sociedad que guían.Trabajan por el significado, no por la belleza en sí.Creen en el hombre trabajando en relación a la naturaleza.

Este manifiesto, que es más bien un credo, lo firmó John McLane Johansen, uno de los miembros de los Harvard Five, que además de a sus compañeros Landis Gores, Eliot Noyes y Philip Johnson, incluía al profesor de los cuatro, Marcel Breuer. Johansen nació en Nueva York el 29 de junio de 1916. Su padre —John Christen Johansen, nacido en Copenhague— y su madre —Myrtyle Jean MacLane, nacida en Chicago— fueron pintores reconocidos. Johansen estudió en Harvard donde, además de Breuer, Gropius y Albers fueron sus maestros. Tras graduarse en 1939 entró a trabajar a Skidmore, Owens y Merrill y también colaboró en el diseño del edificio de las Naciones Unidas. Desde 1948 empezó a trabajar por su cuenta en New Canaan, Connecticut, donde también se encontraban el resto de los Harvard Five.

La arquitectura de Johansen inicia con un modernismo clásico —como la Casa al revés, con las recámaras en planta baja y la sala con un gran ventanal a la altura de las copas de los árboles, en el primer piso— que poco a poco evoluciona a soluciones estructurales y formales más complejas: la Casa Laberinto, con muros de esquinas redondeadas que no se tocan y tampoco se perforan con ventanas, o la Casa de postes de teléfono, construida con 104 postes de madera para la estructura. En 1964 diseñó la embajada de los Estados Unidos en Irlanda, un edificio de planta circular construido con un mismo elemento estructural de concreto precolado —hechos en Holanda— que se repite formando los marcos de las ventanas; y en 1970 diseñó el Teatro Mummers, en Oklahoma City, que en su momento fue calificado como una mezcla del brutalismo y la teoría de sistemas, pero que pese al reconocimiento de la crítica no fue bien recibido por la comunidad. La compañía de teatro para la que se construyó lo abandonó al año siguiente y, tras pasar por varias manos, cerró a finales de los años 90, para finalmente ser demolido en el 2014.

En 1955, Johansen diseñó la Spray House: “imaginé la experiencia de vivir en una flor, envuelta en sus propios pétalos delicados que la protegen, permitiendo vistas hacia el mundo exterior. Se supone que habría que habitara descalzo. Los pisos, los muros y los techos serían, de manera poco convencional, continuos.” Tras interesarse en el trabajo de Marshal McLuhan, al retirarse Johansen se dedicó a pensar las posibilidades de una arquitectura diseñada a nivel molecular, la nanoarquitectura: estructuras con una resistencia muy superior a la del concreto o la del acero, construidas a partir de la bioingeniería y la nanotecnología. Richard Rogers —que reconoció su influencia en el diseño del Centro Pompidou—, escribió que su arquitectura “demostró una rara consistencia, trascendiendo la experimentación en los lenguajes formales: de experimentos tempranos en el neoclasicismo o en al biomorfismo, hasta las olas de modernismo convencional, organicismo y geometríaas deformadas. Sus edificios están igualmente informados por los principios que organizan la biotecnología y el electromagnetismo como por los requerimientos funcionales convencionales, confirmando que el diseño es una ciencia indeterminada: un proceso tanto teórico como estético.”


Johansen murió el 26 de octubre del 2012. Sus especulaciones arquitectónicas podrán parecer tal vez demasiado cercanas a la ciencia ficción, pero su idea de la integridad del arquitecto, como la expresa en su credo, plantea la posibilidad de entender esa cualidad del arquitecto más allá de la visión heroica que la asume como un asunto personal —piénsese en Howard Roark, de El Manantial— para entenderla como un compromiso ético con el cambio, la naturaleza y el otro.

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