21.7.08

el fracaso del bando dos

Una ciudad no es sólo un conjunto de casas y gente sino, ante todo, la manera específica como esas casas y esa gente se organizan –la estructura de dicho conjunto. Una ciudad es, pues, una formación, en el doble sentido que le da Humboldt en su “Ensayo sobre la superposición de las rocas”: la manera como algo –la ciudad o la roca– se ha producido y el ensamble o conjunto de masas tan íntimamente conectadas que se supone fueron formadas en la misma época o, pensando en ciudades, en el mismo proceso. La ciudad es, pues, un proceso y el resultado de dicho proceso. Civitas y urbs son las voces clásicas que de algún modo se refieren a esas dos fases. La primera designa la agrupación civil, mientras la segunda se refiere a la forma física construida que aquella permite. La forma urbana es, entonces, resultado y reflejo de una ciudad, es decir, de una civilización. Suponemos que a ciudades plurales, abiertas, corresponden urbes que manifiestan esas características y que, a su vez, acciones urbanas precisas pueden intensificar –o entorpecer– el potencial de una ciudad.
El bando dos –el reglamento que confina el crecimiento habitacional a cuatro delegaciones centrales del Distrito Federal– tiene una lógica en apariencia evidente: densificar ahí donde ya se cuenta con la infraestructura necesaria y así evitar la extensión cada vez mayor de la mancha urbana hacia zonas aun no servidas ni urbanizadas, protegiéndolas del desarrollo fuera de control. Esa, al menos, es la hipótesis inicial, pero la realidad revela varias fallas que apuntan a un posible fracaso hacia dentro, en las delegaciones donde sí se puede construir. La más evidente falla del bando, remarcada muchas veces por vecinos de las zonas afectadas, puede ser efecto de un error de apreciación: que ahí se cuente con mayor y mejor infraestructura que en otros lugares de la ciudad no implicaba que la misma fuera suficiente para un crecimiento seguramente no estudiado en detalle. Los apagones frecuentes, la escasez de agua, el transporte y los servicios públicos saturados prueban la insuficiencia de lo que parecía suficiente. Otro efecto adverso era totalmente previsible: el aumento del costo del suelo y, en consecuencia, de la construcción. El costo de un departamento hoy en la Portales, por ejemplo, se acerca al que hace unos años tenía uno en la Condesa: sin los beneficios. El resultado es un exceso de oferta y más del 30% de las nuevas viviendas desocupadas.
Grave como es, hay algo además de lo apuntado más arriba que revela con mayor contundencia el fracaso urbano y, sobre todo, “civil” de la estrategia del bando dos. Sumada a los problemas de suministro de agua y energía eléctrica, y a los desajustes en el mercado inmobiliario, hay otra carencia que si no pone en riesgo la habitabilidad básica de las construcciones recién terminadas, si lo hace con la vida civil o, mejor, civilizada, en su sentido pleno. Además de la vivienda –e incluso podríamos afirmar que antes que vivienda–, la ciudad se compone de espacios públicos –en el sentido de que sus usos son compartidos, no tanto en términos de propiedad. Sin escuelas ni parques, sin cafés o restaurantes, sin teatros, sin centros comunitarios, no hay ciudad. La ciudad no se forma sólo con vivienda y menos con vivienda aislada del contexto, cerrada por temor a un entorno casi siempre prejuzgado como inseguro. Poder llevar a los hijos a una escuela que califique por lo menos con dos en las pruebas pisa, sacar a pasear al perro o ir a comer o tomar una copa son parte esencial de los servicios que una ciudad ofrece y que el bando dos por sí mismo no podía garantizar. Junto al Bando dos, se debía haber propiciado –como a su modo lo hizo Haussman en el París del siglo 19– una mezcla de usos y, sobre todo, de estratos económicos. Pues en una sociedad segregada y excluyente como la nuestra –donde el mestizaje cultural y económico es una más de las coartadas de nuestra fantasía chovinista–, resulta difícil pensar que una sola acción sin otras estrategias que la soporten y complementen pueda contribuir en la formación de la ciudad.

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