9.4.10

mal de archivo

el new york times publica que la venta de uno de los más grandes archivos documentando el trabajo de charles y ray eames, valuado en más de 150 mil dólares, fue suspendida tras una demanda interpuesta por lucia eames, hija de los diseñadores.

el tema me trajo a la memoria un texto que publiqué hace ya casi cuatro años en el reforma y que aquí recupero por mera curiosidad:

El Instituto Holandés de Arquitectura ofreció pagar 900 mil libras esterlinas -18 millones de pesos- por el material reunido desde 1975 en unas veinte mil cajas, que incluye desde croquis esbozados en servilletas de papel hasta guiones de cine anteriores a la conversión en arquitecto del holandés Rem Koolhaas, además de muebles para la tienda Prada, un "hiperedificio" inflable de dos pisos de altura y un estudio sobre las ciudades del futuro comisionado por el gobierno japonés. La firma de Koolhaas -OMA- rechazó la oferta por considerarla demasiado baja pues, según Victor van der Chijs, gerente general, el Centro Canadiense de Arquitectura ya había hecho una oferta superior hace dos años. Eso nos da una idea del valor de un archivo.

El primer y más breve capítulo del libro de Beatriz Colomina Privacy and publicity se titula, precisamente, archivo. Para Colomina, pensar la arquitectura moderna debe pasar, de ida y vuelta, por cuestionarnos tanto el espacio como la representación. "Los edificios construidos deben entenderse en los mismos términos que los dibujos, las fotografías, los textos, filmes y anuncios publicitarios; no sólo porque estos son los medios en donde más comúnmente los encontramos, sino por ser un mecanismo de la representación por derecho propio". Su tesis es que la arquitectura se vuelve moderna cuando se compromete e involucra con los medios de comunicación. Esto explica el interés de muchos arquitectos modernos por documentar sus "procesos creativos" y la necesaria construcción de un archivo potencial.

En ese mismo capítulo registra Colomina dos casos contrarios y paradigmáticos. "25 Beatrixgasse, Viena. Adolf Loos ordena que todos los documentos de su oficina sean destruidos al dejar esa ciudad para establecerse en París en 1922".

Y, más adelante, "8-10 square du docteur Blanche, París. Le Corbusier decide desde muy pronto que todo rastro de su obra y de sí mismo deberá guardarse. Guarda todo: correspondencia, recibos, cuentas de banco, postales, documentos legales, fotos de familia, de viaje, maletas, recortes de periódico, catálogos, libros, diarios y, por supuesto, sus pinturas, esculturas y todos los documentos relativos a sus proyectos". Entre esas dos actitudes -un brechtiano borrar las huellas muy apropiado para Loos y el obsesivo coleccionismo egocéntrico de Le Corbusier- se dibuja el espectro de los archivos de arquitecto.

En la introducción a su libro Mal de archivo, Jacques Derrida escribía que "el sentido de archivo le viene del arkheÎon griego: en primer lugar, una casa, un domicilio, una dirección, la residencia de los magistrados superiores, los arcontes, los que mandaban". Éstos son ante todo guardianes: "No sólo aseguran la seguridad física del depósito y del soporte, sino que también se les concede el derecho y la competencia hermenéuticos. Tienen el poder de interpretar los archivos". Los archivos tienen lugar: implican esta asignación de residencia, "el lugar donde residen de modo permanente y que marca el paso institucional de lo privado a lo público, lo que no siempre quiere decir de lo secreto a lo no-secreto".

El lugar que ocupan los archivos de arquitectos en México es menor -tanto por su localización como por su importancia. Algunos notables han ido a parar al extranjero, como son el de Max Cetto o el de Luis Barragán. Quizá una pérdida pero explicable y hasta de agradecerse si pensamos en las condiciones en que se guardan los archivos de Augusto Álvarez o Mario Pani en la Facultad de Arquitectura de la UNAM. Falta de presupuesto, seguramente; falta de interés y visión, quizá. La reciente inauguración en la colonia Condesa -el postelectoral 3 de julio- de un edificio destinado a ser Centro Cultural y archivo del legado del arquitecto Vladimir Kaspé, puede ser un pequeño pero importante paso adelante. ¿Será soñar demasiado pensar en un próximo Instituto o Centro de Arquitectura Mexicano, concebido y financiado con el concurso de instituciones públicas -la UNAM, el CNCA, el Gobierno de la Ciudad de México- y privadas?

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