en su columna de carlos marín hoy en milenio, titulada los arquitectos tampoco se leen la suerte, escribe sobre la opinión de joaquín alfredo regnier, arquitecto –dice marín– sobre la infausta estela de luz. no sólo no conozco al arquitecto regnier sino que jamás había oído su nombre –lo que debe ser, sin duda, culpa mía. busqué su nombre en google y sólo encontré referencias al mismo artículo de marín. supongo que el texto de milenio no es una especie de ficción borgiana, y que realmente es un arquitecto informado respecto al tema, pese a mi ignorancia y a la ausencia de datos en la red.
de lo que comenta marín que dice regnier hay cosas ciertas, como que la relación simbólica de los dos ciclos de 52 años prehispánicos con los dos siglos de independencia para obtener la altura de 104 metros de la estela es ridícula o –cual escribió herbert muschamp en su momento sobre la idea de daniel libeskind de hacer la nueva torre en el lugar de las gemelas de nueva york de 1776 pies de altura, por la fecha de la independencia de los estados unidos– preilustrada. que se parece a lo de barragán en la plaza de monterrey –que no es de sus mejores proyectos–, puede ser. pero si algo tenía de interés la triste estela es que, mediante la plaza desde la que se desplanta, intentaba resolver la problemática relación entre la ciudad y el bosque de chapultepec en esa zona –como de hecho lo planteaban varios de los proyectos del concurso. esa plaza fue eliminada por cuestiones presupuestales, siendo otra de las tantas decisiones tortuosas o simplemente torpes que han tenido que ver con este monumento.
pero también dice el arquitecto regnier, según cuenta marín, cosas que a mi parecer no hacen sentido del todo. le parece primero inadmisible que los materiales sean importados. a mi me parece simplemente problemático. pero, desde las pirámides, cuando no hay materiales suficientes o que se juzguen necesarios a la redonda, se importan. mucho peor, sí, que la tecnología deba ser importada, pero ese no es, desgraciadamente, un mero problema de la arquitectura sino del país.
algo más que afirma regnier, es que el concurso se debió haber anulado puesto que el 68% de los participantes decidió no hacer un arco en un concurso para un arco. no es un mero problema semántico –¿qué es un arco?. quiero pensar que si la mayoría de los arquitectos participantes no hizo un arco y si el jurado seleccionó como mejor propuesta algo que no era un arco, es porque la idea misma de un arco resultaba anacrónica, ridícula, impensable. qué bueno, entonces, que los especialistas invitados hayan decidido, con su trabajo, decir no al arco y no responder, a la mexicana, “como usted quiera, señor presidente.”
pero lo que más me desconcierta de lo que, según el texto de marín, opina el arquitecto regnier, es su afirmación de que la mayoría de los invitados no tenía experiencia en el diseño de espacios públicos. primero, porque pienso que los espacios públicos, aunque con sus reglas y condiciones, no son coto de especialistas como pueden serlo los hospitales o ciertas edificaciones industriales. segundo, porque para eso son los concursos: para permitir que gente con y sin experiencia piense y demuestre si lo que piensa es posible, incluso en concursos en los cuales los participantes son invitados tras una selección en base a sus méritos y experiencia.
por supuesto –y no me extenderé en explicar mis razones porque ya lo he hecho en varios textos– no pienso que la idea misma de un arco monumental haya sido ya no digan buena: inteligente. pienso que de las 35 propuestas presentadas una gran parte resbaló por esa vertiente que discurre entre la escultura y la arquitectura monumental que falla en ambos campos –de la cabeza de juárez a las últimas cosas de sebastián, por ejemplo. pero otras, unas cuantas, apostaron por nuevas formas de monumentalidad –por supuesto, sin arcos–, operativas y capaces de, al trabajar sobre la desconexión peatonal entre reforma y chapultepec, generar un nuevo espacio público. el proyecto seleccionado no fue, a mi juicio, el mejor en este sentido pero tampoco el peor. insisto: la plaza desaparecida funcionaba bien, así como la abstracción de la placa –pese a los 104 metros. lo que vino después, la pésima planeación y resolución de la obra y los entuertos para construirla, resulta a todas luces –estelares– indefendible.
pero eso sí, que no confunda el arquitecto regnier: somos los arquitectos, todos, desde los que hacen casitas hasta los que proyectan infraestructura, responsables de pensar el espacio público.