En el número 10 del volúmen 10 de The American Magazine of Art, publicado en agosto de 1919, Anna Seaton Schmidt escribió:
La historia del pasado prueba que, ante cada gran crisis de la civilización mundial, surgen hombres de extraordinario poder para preservar los ideales humanos. Son los profetas, los visionarios que elevan la antorcha de la civilización, que no sólo quieren morir por la humanidad sino vivir, sufrir, padecer cada privación por que las cosas espirituales no perezcan. A ese pequeño grupo de idealistas heroicos, pertenece Jean Julien Lemordant, el poeta-pintor de Francia.”
Jean Julien Lemordant nació el 28 de junio de 1878 en el puerto bretón de Saint-Malo. Su padre era albañil, pero el logró entrar a estudiar en la Escuela Regional de Bellas Artes de Rennes, donde tuvo entre otros como maestro a Emmanuel Le Ray, arquitecto precursor del uso de concreto armado en aquella ciudad. Lemordant continuó con sus estudios en París. En 1904, le encargan pintar varios murales al fresco en el Hotel de l’Epée, en la ciudad de Qumper, cercana a Rennes y en 1913 lo eligen para pintar el plafón del Teatro de la Ópera de Rennes, que terminará un año después. Se vislumbraba un futuro exitoso. Pero llegó la Gran Guerra. Lemordant se enlistó en el ejército. En Charleroi, Bélgica, fue herido por primera vez y ascendido al grado de teniente; volvió a sufrir heridas en septiembre y las peores el 4 de octubre de 1915, en la batalla del Artois. Un trozo de metal le perforó el cráneo y se alojó en su cerebro. Los alemanes lo hicieron prisionero, pero mientras se recuperaba de sus heridas se dio cuenta que perdía progresivamente la vista. En 1918 regresó a Francia y fue recibido como héroe. Al año siguiente viajó a los Estados Unidos para dictar conferencias sobre arte francés. Ahí lo conoció Anna Seaton Schmidt que, conmovida por su historia, calificó al pintor-soldado ciego como visionario de la civilización. En 1923, Lemordant recobró parcial y milagrosamente la vista. Hubo quienes dudaron que realmente hubiera quedado ciego en la guerra, aunque hoy un buen neurólogo podría explicar el milagro suponiendo que la pieza de metal en su cerebro se hubiera movido por alguna razón.
Aunque Lemordant no volvió a pintar, viviendo retirado en París con su pensión de héroe de guerra, decidió construirse una casa-estudio. En 1929, con la ayuda del arquitecto Jean Launay, la diseñó en el número 50 de la avenida René Coty. El terreno es una parcela estrecha y triangular que en el fondo colinda con un muro en escarpio de la cisterna de la Vanne, de siete metros de altura. Por tanto, el primer nivel es prácticamente ciego mientras el segundo tiene una serie de ventanas cuadradas todas del mismo tamaño. Por encima de estos dos niveles en forma de proa de barco, aparece propiamente el estudio, de tres niveles, con un techo acristalado e inclinado para darle buena iluminación al taller de pintura. Lemordant, que esculpió los modelos de su casa-estudio en terracota, dijo que quería “una casa de aspecto simple cuyo carácter resultara sólo de la lógica del plano y del equilibrio establecido cuidadosamente entre las partes.”
Unos días antes de cumplir 90 años, el 11 de junio de 1968, Lemordant murió a consecuencia de una intoxicación sufrid con gas lacrimógeno lanzado durante una manifestación de estudiantes en el Barrio Latino. Durante algunos años Christian de Portzamparc tuvo su taller en esa casa.
A propósito de la arquitectura esculpida sin ver de Lemordant, sería pertinente recordar lo que Gilles Deleuze dijo al hablar de la diferencia entre lo manual, lo táctil y lo digital. Explica que un diagrama es manual y no digital. Aclara que táctil es lo que hace la mano cuando está subordinada al ojo, cuando sigue las directivas del ojo. Lo propiamente manual, dice, se da cuando la mano se sacude su subordinación al ojo, cuando se le impone, cuando le hace incluso violencia al ojo. Lo digital, en cambio, es la subordinación máxima de la mano al ojo: es la mano que se ha fundido con el ojo y se reduce a un dedo apoyado sobre el teclado —o ya ni siquiera eso: directamente sobre una imagen en la pantalla. La mano informática, dice Deleuze, es el dedo sin mano. Cabe entonces preguntar si la arquitectura ciega de la casa-estudio de Lemordant, producto puro de la mano, de la manipulación de la arcilla para producir la forma, es, en el sentido que le da Deleuze, un diagrama.
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