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otro blog de arquitectura y otras cosas
“comúnmente me pregunto qué quiere decir la gente cuando hablan de una experiencia. soy un técnico y estoy acostumbrado a ver las cosas como son. veo todo claramente y entiendo de lo que hablan con claridad; después de todo, no estoy ciego. veo la luna sobre el cielo de tamaulipas –es diferente que otras veces, tal vez, pero es una masa calculable que en órbita alrededor de nuestro plantea, un ejemplo de la gravitación, interesante, ¿pero de qué modo una experiencia?”
walter faber, ingeniero, protagonista de homo faber, novela de max frisch, escritor suizo quien, por cierto, estudió arquitectura en el eth de zurich.
“sólo un monstruo puede permitirse el lujo de ver las cosas tal como son. pero una colectividad no subsiste más que en la medida en que se creen ficciones, las mantengan y se mantengan ligadas a ellas.” eso escribió, con su acostumbrado realismo que algunos tachan de amargura, el rumano emile cioran en un libro de 1960 que llevó por título “historia y utopía.”
las sociedades, pues, subsisten en la medida en que se mantienen ligadas a ficciones que las mantienen ligadas. religio dirían los latinos. ficciones que no hay que tomar en sentido negativo: falacias o mentiras impías o piadosas. son, más bien, como explica el filósofo alemán peter sloterdijk, resultado de una imaginación productiva, una “manía demiúrgica,” una “idea que se hace verdadera a sí misma, como ficción operativa.” cual hubiera dicho la lupe, famosa cantante cubana, la vida social es “puro teatro, falsedad bien ensayada, estudiado simulacro.” o, volviendo a sloterdijk, quien sigue en eso a cornelius castoriadis –autor de “La institución imaginaria de la sociedad”– “las sociedades son sociedades mientras se imaginan con éxito que son sociedades.”
uno de los capítulos del libro citado de cioran se llama “mecanismos de utopía.” ahí escribe: “cualquiera que sea la gran ciudad donde el azar me lleve, me admira que no se desencadenen cada día revueltas y masacres, una innombrable carnicería, un desorden de fin de mundo. ¿cómo, sobre un territorio tan reducido, tantos hombres pueden coexistir sin destruirse, sin odiarse unos a otros? la verdad es que ellos se odian, mas no están a la altura de su odio. esta mediocridad, esta impotencia es lo que salva a la sociedad, asegurándole su duración y estabilidad. pero me admira más aun –agrega– que siendo la sociedad tal cual es, algunos se hayan empeñado en concebir otra totalmente diferente. ¿de dónde podrá surgir tanta inocencia o tanta locura?” esos inocentes, esos locos, esos locos inocentes, son los utopistas.
utopistas y urbanistas. figuras opuestas y a la vez complementarias. sabemos que toda utopía es, de algún modo, una ciudad posible –o, de menos, que se quiere posible. ¿es, en cambio, toda ciudad una utopía imposible?
la historiadora francesa françoise choay dedicó un libro a estudiar las simpatías, las complicidades estructurales entre urbanismo y utopismo: “la regla y el modelo.” la arquitectura y el urbanismo consisten, dice, en la aplicación de principios y reglas. las utopías en la reproducción de modelos. pero la regla sigue al modelo, la regulación depende de la ficción. volviendo a sloterdijk, éste dice que “el arte de una comunidad humana de repetirse en las siguientes generaciones es un proyecto esencialmente politico.” ¿dónde y como tiene lugar ese proyecto politico? ¿se trata de un proyecto –ése y tal vez cualquier proyecto– utópico? el arte de una comunidad de repetirse –y de repetirse mejorando, digamos– ¿es un proyecto de política utópica o de política urbana? ¿es esa ficción operativa que nos re-liga como sociedad una religio civilis –para usar el término empleado por massimo cacciari, filósofo y en dos ocasiones alcalde de venecia?
utopistas y urbanistas: ¿locos? ¿inocentes? ¿locos inocentes? hace unos años reinhold martin hablaba del realismo utópico. un “movimiento” practicado por agentes dobles. el realismo utópico –dijo– es crítico y secular. se desplaza horizontalmente –se escurre– en vez de arriba a abajo. viola los códigos disciplinares incluso al resguardarlos. “es utópico, no porque sueñe sueños imposibles, sino porque reconoce a la realidad misma como un sueño –uno más– tomado demasiado en serio.”
los sueños de la razón –escribió goya al pie de uno de sus famosos grabados– producen monstruos y sólo los monstruos pueden permitirse el lujo de ver las cosas tal como son. imaginen, cantó lennon. imaginen la imaginación en el poder, nos dijeron en el 68. imaginemos ahora, aquí, el poder de la imaginación.
[texto leído ayer al presentar la mesa utopía y realidad, con jose castillo y michael sorkin, en el museo franz mayer, como parte de la exposición "nuestras ciudades, nuestro futuro".]
en un texto titulado geometría y abyección, victor burgin traza una brevísima historia del espacio en occidente. primero, dice, el espacio estaba organizado vertical y jerárquicamente. un espacio cerrado, clausurado y ordenado desde arriba y desde afuera por algo que lo trasciende. a éste espacio le sigue otro, el espacio moderno: horizontal, abierto y como lo definieron tanto descartes como newton, homogeneo. si el espacio clásico, vertical, es uno donde los lugares le dan sentido a aquello que los ocupa: cada cosa está localizada, el espacio moderno es pura extensión: “es predominantemente aquel que atravesamos (por ello consideramos que el preso dispone de poco).” a esos espacios sigue, dice burgin, el espacio posmoderno. uno en el que la velocidad de transporte ha sido sustituida por la velocidad de transmisión o, dicho de otro modo, la distancia por la demora: cuánto tardan los datos en llegar de un punto a otro –puntos a los que sería exagerado seguir llamando lugares. ese espacio ya no es ni vertical –jerárquico– ni horizontal –homogéneo– sino plegado, replegado, digamos incluso complicado.
“en el ámbito político –escribe burgin– un equivalente de los espacios replegados de las tecnologías de la información es el terrorismo. en el ámbito económico, es la tendencia del capitalismo multinacional a producir irrupciones del primer mundo en paises del tercer mundo, a la vez que crea bolsas del tercero en los paises desarrollados.” una visita a santa fe, en la ciudad de méxico, explica esto último.
un par de ejemplos recientes de los efectos de esos espacios replegados han sido, supongo, lo ocurrido en la plaza tahrir, en egipto, cuyo espacio se complicó –en el sentido casi medieval de complicatio– con los de la red y sus redes –twitter y facebook– y las de los otros medios: tele, radio, prensa escrita. como ya se ha escrito, supongo que aunque esos medios aceleraron y encausaron el desarrollo de la revuelta, sin el espacio físico de la plaza, sin la posibilidad de una manifestación –también en un sentido más filosófico que político– física y no sólo virtual de quienes protestaban.
el otro espacio es mucho más trivial: la entrega de los premios grammy ayer. hace algunos años no los veía. pero ayer lo hice –”en vivo”– con teléfono “inteligente” en mano –cuya inteligencia, ya lo sabemos, reside en todo lo que no es “teléfono” en el teléfono. y los vi por tanto acompañado, no sólo en casa –en vivo– sino por cientos o miles de desonocidos que, en “tiempo real”, compartían sus opiniones, sus gustos y disgustos. así, en pocos segundos, pude saber no sólo quién era la ganadora del premio a la revelación del año –esperanza spalding– sino la opinión de quienes la admiran –pocos–, quienes no la conocen –más– y quienes esperaban ese premio para justin bieber –muchos.
enredados además de complicados, estos nuevos espacios –tan físicos como virtuales– son muestras, quizás, de algo que de algún modo ya había mencionado walter benjamin en su clásico ensayo sobre la obra de arte en la época de su reproducción mecánica: la estetización de la política –o la política vuelta espectáculo– y su contraparte, la polítización de lo estético –o las políticas del espectáculo.
Itze-Leib Schmuilowsky, nació en lo que hoy es Estonia en 1901. A los tres años tomó un carbón encendido, cautivado por la luz, y lo pu...